miércoles, 23 de febrero de 2011

23-F

Parece irremediable que tal día como hoy se escriba sobre lo acontecido el 23-F del año 1981, así que lo voy hacer yo también. Cuando aún me dedicaba a investigaciones históricas por razón de los estudios, tuve la ocasión de participar en un trabajo de campo sobre la influencia de la memoria histórica de la Guerra Civil durante la Transición, dentro de un curso de doctorado sobre Historia y Fuentes Orales. De las entrevistas realizadas, hubo dos que hice a dos personas que vivían como yo en Piedras Blancas y que habían vivido ambos momentos, la guerra civil y la transición. Los dos han fallecido ya. Guardia civil uno y maestra nacional (así gustaba llamarse) otra, ambos mostraban a lo largo de sus respuestas sobre el tema la zozobra que habían sentido en el momento concreto de la intentona golpista. Fuera por el paso de los años (ambos estaban jubilados ya), fuera por la perspectiva que el tiempo les proporcionaba para el análisis de los acontecimientos (las entrevistas se realizaron en 1991), lo cierto es que ambos manifestaban que aquella noche sintieron miedo a que la situación volviese a generar un enfrentamiento entre los españoles. Me resulta llamativo esa respuesta tan concluyente de dos personas que al fin y al cabo habían "ganado la guerra" y por ello, en teoría, poco o nada perderían si la intentona triunfaba. La palabra fue "miedo". No sentían temor, preocupación o  desconcierto. Sentían miedo. Ajenos a los entresijos del golpe, que a toro pasado afloran en tertulias televisivas y radiofónicas, lo cierto es que los españoles vivieron aquella tarde noche pegados a la radio y desconcertados por la deriva del pais. Dice Javier Cercas en Anatomía de un instante que "...el país entero se metió en casa a esperar que el golpe fracasase. O que triunfase". Salvo por algunas personas dispuestas a jugarse el tipo por la democracia, lo cierto es que es una descripción que encaja perfectamente en los recuerdos de un por entonces adolescente, en mis propios recuerdos. Aquellos hombres y mujeres, aquellas familias como la mía, como la de tantos y tantos, esperó sobrecogida y con miedo un final. Esperar que apenas seis años despues de la muerte de Franco la gente se echase a la calle, para hacer fracasar la última gran asonada de la secular tradición militar española era poco menos que esperar, como alguno esperó, la resurrección del caudillo al tercer año. Algo completamente irreal e imposible. Pero antes que con la inacción, me quedo con el temor, con el miedo que percibí aquella noche en mi familia. Ése fue el mejor legado, por real, que tantas personas trasmitieron a quienes nos asomábamos a la vida de los adultos en aquellos momentos. Por eso, el mejor recuerdo es no idealizar la reacción de la sociedad española, como tampoco deberíamos idealizar la transición.
La intrahistoria de la sociedad española en aquella noche es algo que está por escribir y que, posiblemente, nunca se hará o será imposible de hacer en su totalidad. Queda el recuerdo de lo vivido por cada uno, sin exageraciones ni falsas realidades, para construir esa intrahistoria.

martes, 1 de febrero de 2011

Gritos de LIBERTAD

Sigo con interés desde hace varios días los acontecimientos que están ocurriendo en Egipto y los de semanas anteriores en Túnez. Algo se está moviendo en el medio Oriente y no parece que Occidente esté reaccionando como debiera, o como se esperaba que reaccionara. En la tertulia de esta mañana de Carlos Herrera en Onda Cero debatían acerca de las similitudes y diferencias de la situación que se vive en Egipto con la que se vivió en Alemania Oriental en las jornadas previas a la caída del muro de Berlín. Aparte de la boutade de Miguel Ángel Rodríguez señalando que el muro había caído gracias a la acción conjunta de Margaret Thatcher, Ronald Reagan y Juan Pablo II (una especie de triduo político-religioso que supera, aunque sólo sea por número, la conjunción planetaria de Pajín), en lo que todos estaban de acuerdo era en el diferente papel que Occidente ha jugado en ambas situaciones. Bien es cierto que en la situación que se vive en Egipto aún queda mucho por decir y los países occidentales siguen a la espera de acontecimientos, pero el hecho mismo de que la representante de la U.E. haya tardado prácticamente una semana en abrir la boca y que EE.UU esté a verlas venir cuando no a apoyar en la sombra a Mubarak, deja muy claro que a Occidente lo que está ocurriendo en Egipto le asusta. Ya se sabe, el statu quo que Trillo consagró en la España de Aznar como argumento geopolítico y militar de primer orden, tiene su aplicación también en Oriente Medio. No hace falta más que escuchar los deseos de Simon Peres, al que en su defensa de Mubarak sólo le ha faltado añadir aquello de “Virgencita, que me quede como estoy”.


No debemos perder la perspectiva de que estas protestas han tenido, están teniendo lugar en dos de los países más occidentalizados de la zona. Túnez y Egipto presentan una alta tasa de jóvenes con formación universitaria. No creo que a lo que aspiran sea a imitar la vida occidental, creo que su aspiración va más allá. Aspiran a ser libres y están dispuestos a luchar por serlo. Ahí está su peligro y es también el recelo que siente Occidente, sus ansias de libertad. El temor occidental a la radicalización islámica de este movimiento suena más a excusa de mal pagador que a un análisis correcto de la situación. La inacción de Occidente es la que puede acabar provocando precisamente que surja algún iluminado que derive las protestas hacia reivindicaciones de radicalismo religioso. Este movimiento ha nacido en las redes sociales y no en las mezquitas.

Bien haría Occidente en dar un paso al frente y dejarse de cálculos políticos, porque lo que se está reivindicando en las calles de El Cairo es ni más ni menos que LIBERTAD