martes, 9 de noviembre de 2010

¿Qué queda de la visita del Papa?

Los días previos a la llegada del Papa tuve la intención de escribir algo sobre ello en una entrada en el blog. Me retraía el hecho de que el monotema acerca de la visita era la cuestión de los gastos que ocasionaba. Salvo en contados casos, casi todos ellos en páginas de internet especializadas en información religiosa, la totalidad de los opiniones giraban en torno al dinero que ocasionaba a las arcas del Estado la visita y su conveniencia o no en función de ello. Nada vi escrito sobre tal conveniencia en función de criterios puramente pastorales. Nadie se ocupó en pensar que quizá hubiera cristianos que no estaban de acuerdo con la visita, no por el dispendio económico, si no por cómo la jerarquía la estaba organizaba o por el hecho mismo de que se produjera. Dicho de otro modo, ¿realmente ayudaría la visita papal al desarrollo de nuestras comunidades de base? Insisto, la cuestión económica, aún pareciéndome excesiva para los tiempos que corren, me parecía una cortina de humo. Si la única crítica capaz de enfrentarse a la realidad de una Iglesia mayestática viene de la mano del presupuesto, mal andamos todos. Los cristianos por no ser capaces de reflexionar acerca de porqué la Iglesia ha dejado de interpretar los signos de los tiempos para enfrentarse a ellos, y quienes no lo son por permanecer anclados en una suerte de ataque feroz a un enemigo que, si alguna vez lo fue, ahora es, sencillamente, una realidad más entre otras muchas.
Entre tanta tribulación, el día de la llegada del Papa, lo reconozco, seguí con interés la retransmisión televisiva de los actos, tanto la misa celebrada en Santiago en la tarde del sábado como la del domingo en la Sagrada Familia. No sé que buscaba o qué esperaba, la verdad.
Pasados unos días, sigo haciéndome la misma pregunta, ¿qué buscaba, qué esperaba? Quizá alguna luz que me ayudase a sentirme en comunión con la Iglesia, de la que cada vez me veo más alejado, quizá un rayo de esperanza que me ayudara a visualizar algún atisbo de cambio. Siempre he sido un poco utópico, lo reconozco, y la edad por lo visto no me ha hecho cambiar. Nada de nada. Al contrario, la Iglesia continua encerrándose en una urna cada vez más alejada de la realidad y además metiéndose en charcos cada vez más putrefactos, porque comparar la situación actual en España con la de los años 30 se las trae.
Al final, la imagen que me ha quedado grabada es la de unas monjas con atrezzo preconciliar limpiando el altar que previamente el Papa había ungido con los óleos. ¡¡Qué profunda tristeza!! Es la imagen perfecta del papel que otorga la Iglesia a la mujer. Si lo sumamos al mensaje del Papa que tan atinadamente reflejaba El Pais en su portada, "Que la mujer encuentre en el hogar y el trabajo su realización", tenemos el álbum completo. En fin, que la Iglesia sigue con su antropología dualista en la que una mitad puede ser consagrada y la otra, irremediablemente, sólo puede acercarse al altar a fregar.

jueves, 15 de abril de 2010

¿Y SI LA TRANSICIÓN NO FUE TAN PERFECTA?

Es una pregunta que vengo haciéndome desde hace una temporada. El aluvión de opiniones que se están generando a cuenta del caso Garzón y la toma de postura de una parte sustancial de la sociedad española, a favor o en contra del juez, han ayudado, desde luego, a que esa pregunta resuene cada vez más fuerte en mi cabeza.
Creo que estamos asistiendo al desenmascaramiento de la pretendida exitosa fórmula en la que España, la sociedad española, hizo la transición. No puede existir tal éxito cuando treinta años después andamos a vueltas con lo que pretendidamente se superó en aquellos años. La sociedad española de la transición vivió anestesiada el proceso que desembocó en la aprobación de la Constitución del 78. Guiada por unos partidos políticos, a derecha e izquierda, que jugaban el doble papel de marcar el camino que debíamos transitar, al tiempo que ofrecían sus alternativas políticas como solución a los escollos de ese mismo camino, la sociedad aceptó sin pestañear una solución de compromiso en forma de constitución, que consagraba una forma de Estado que daba legitimidad al rey designado por Franco y coronado por las cortes franquistas. La izquierda que venía de haber sido santo y seña en la lucha contra el franquismo, el PCE, y la que salía de su particular travesía del desierto en manos de una nueva generación que habría de marcar una época, el PSOE, acogieron sin dudarlo y a veces con llamativo entusiasmo, ese camino. La derecha que pretendía enseñar la patita blanqueada de democracia, UCD, y la que escondía el lobo del franquismo bajo las sábanas del aperturismo, AP, aspiraban a que su encaje de bolillos les proporcionara el poder durante otros cuarenta años de paz social, eso sí democrática. Caperucita ya podía volver a ser Caperucita Roja, sin problema.
Volviendo al tema del juez Garzón, creo que el debate generado tiene una perspectiva errónea. Por un lado, están quienes hacen de su procesamiento un ataque frontal a un juez, que se había atrevido por fin a abrir una causa contra el franquismo. En la otra orilla están los que le tienen unas ganas terribles al juez y se felicitan que por fin alguien lo juzgue por prevaricador, dado que su jurisdicción no le ampara para abrir causas generales. Estos últimos son los que más apelan al pacto de la transición y la amnesia colectiva para mirar al futuro y olvidar el pasado.
No creo que sea el momento de juzgar el franquismo ni el momento de mirar para otro lado con la excusa de que mirando al futuro miramos hacia delante y no hacia atrás. No creo que sea el momento de la venganza ni el momento del olvido. Creo que este es un buen momento para poner el énfasis del debate en el momento mismo de la transición. Creo que es el momento de abrir el debate sobre los temas que la transición obvió, entre los que la forma del Estado no es el menos importante. El pacto de silencio, que la transición consagró sobre “la más alta institución” hurtó a las nuevas generaciones, posteriores al franquismo, la certeza de que la lucha secular del pueblo español por alcanzar cotas de igualdad y justicia democráticas, siempre se habían desarrollado frente a la adversidad militar de un ejército eminentemente monárquico. Es el momento de una segunda transición, si queremos llamarla así.
Hace unos años Odón Elorza proponía en un artículo en el diario El País que había llegado el momento de una segunda transición, la que se produciría con la definitiva descentralización de servicios a los ciudadanos en beneficio de los ayuntamientos. Lo sarpullidos que aquello debió levantar en los gobiernos autonómicos tuvo que ser de órdago, incluidos sus correligionarios, porque desde entonces la descentralización a favor de las Comunidades Autónomas ha sido proporcional a la pérdida de influencia de las corporaciones locales. La auténtica segunda transición se presenta ante nosotros ahora, porque aquellas costuras que creíamos seguras están estallando y resquebrajando el orden socio-político, que la transición consagró con la seguridad y el aval de que había sido la sociedad española en su conjunto la que había logrado arraigar con su esfuerzo los valores de concordia y reconciliación a los que hoy se apela para volver a anestesiarnos.
Decía Marx que los hechos históricos ocurren dos veces, una como tragedia y otra como farsa. Tengo la duda de si D. Carlos no se habrá equivocado en lo que a la transición española se refiere, y por el camino que vamos ambas veces habrá sido y será una farsa o una tragedia, pero no una y otra. Entre tanta artillería mediática por parte y parte, abogo por recuperar el espíritu del discurso que pronunció Azaña en Barcelona el 18 de julio de 1938, aquel en el que exhortó a los participantes en la guerra a un último intento de reconciliación al grito de: “Paz, piedad y perdón”. Desgraciadamente, nadie le hizo caso.
Espero que la anestesia colectiva no nos invada de nuevo. De momento, por lo menos en Asturias, todos estamos espectantes. Parece ser que Tola y Furaco vuelven a copular.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Vuelta a casa ...

Vuelvo. Efectivamente, vuelvo a casa. Con sentimientos encontrados, con ganas y con recelos, con muchas ganas y pocos recelos, pero con alguno. Y eso me incomoda. Quisiera gritar y saltar de alegría, pero no puedo. Hay algo que me lo impide y lo que debería ser el éxtasis de la primera vez, se está convirtiendo en la rutina de una vez más. Si soy yo o si son unas circunstancias no demasiado claras todavía, el tiempo lo dirá. Entretanto, aquí he vuelto, a casa. Las certezas las encuentro cuando regreso al hogar, son tres, con nombres y apellidos. Un beso.