lunes, 14 de diciembre de 2015

EL PACTO DE LAS CATACUMBAS

Interpretando el título al modo y manera más imaginativo posible, bien pudiera ser que al final de estas líneas el humilde escribiente autor de las mismas hubiera desentrañado los secretos de algún pacto postelectoral que todos negaran antes del 20-D; o dado cuenta de un acuerdo extrajudicial afecto al devenir de Pikachu en su Game Boy particular; o sustanciado las estipulaciones de un sorprendente acuerdo que dotase al Principado de presupuestos; o revelado las claves del nuevo Majestic que abriese una vía de entendimiento, porcentual por supuesto, en Catalunya; o, sencillamente, dado las claves del convenio por el que la LFP permitiese al Sporting realizar fichajes sin traba alguna. Pero desgraciadamente nada de eso. Siento defraudar las expectativas de quien haya leído hasta aquí en su lectura. Pero ya que ha llegado, ¿por qué no sigue leyendo?
Finalizando el Concilio Vaticano II un grupo de unos cuarenta obispos de varios países, inspirados por lo que se hacía y decía en el aula conciliar, se reunieron en las catacumbas de Domitila para firmar lo que hoy se conoce como El Pacto de las Catacumbas, un texto y proyecto que expone la misión de los pobres en la Iglesia. Aquellos obispos se comprometieron a caminar con los pobres y a ser una Iglesia pobre al servicio de los pobres. Para lograrlo se implicaron en llevar un estilo de vida sencillo, renunciando no sólo a los símbolos del poder si no al poder mismo, volviendo a las raíces del Evangelio.
Han tenido que pasar 50 años para que el papa Francisco haya puesto de nuevo la opción por los pobres en el centro de la vida  y el magisterio de la Iglesia. Cabría preguntarnos por qué lo que ha escrito algunas de las mejores páginas de la historia de la humanidad ha tenido que superar tanta vacilación a la hora de inspirar y orientar el ser cristiano dentro de la propia Iglesia en su proyección a toda la sociedad. Hoy que se celebra el día de la Iglesia Diocesana y cuando se apela a las mil historias en una sola Iglesia, no parece de más poner en valor que el compromiso asumido por toda la Iglesia para transformar la vida humana y construir un mundo basado en la solidaridad y la justicia, sólo puede alcanzarse partiendo del Evangelio de los pobres.

jueves, 22 de octubre de 2015

LA IGLESIA EN SÍNODO

Algo más de dos años ha tardado nuestro arzobispo Sanz Montes en dedicar una de sus cartas semanales al Sínodo de la Familia. Más allá de la arbitrariedad del escribano, que manifiesta así su particularismo en la elección de los temas sobre lo que es necesario iluminar al pueblo de Dios, o precisamente por ella, lo cierto es que en nuestra diócesis el eco oficial que está teniendo el Sínodo de la Familia es más bien escaso. La convocatoria del Sínodo en dos tiempos ha ensanchado el tiempo para la deliberación y el discernimiento eclesial, pero en la iglesia de Asturias las reflexiones se sustancian exclusivamente en iniciativas personales de quienes se atreven a proponer los cambios que consideran plausibles en la comunión de la Iglesia de hoy. No existe una acción pastoral en torno al Sínodo de la Familia y sus preparativos, sólo el discurso oficial que busca el acatamiento acrítico de las declaraciones doctrinales.
En los meses transcurridos entre el Sínodo extraordinario del pasado año y la Asamblea General Ordinaria que se desarrolla en la actualidad se han dado muchas vueltas a la cuestión sobre el permiso oficial para recibir la comunión los divorciados vueltos a casar. Esa controversia se ha convertido en símbolo del éxito o del fracaso de los esfuerzos eclesiales de reforma. Pero hay otros muchos temas sobre los que deberían producirse novedades a partir del desarrollo del Sínodo. El sentido de la fe del pueblo de Dios, las relaciones entre las Iglesias locales y la Iglesia universal, un diagnóstico sobre las estructuras participativas en la Iglesia católica, la articulación conjunta de papa, curia y obispos diocesanos, así como otros temas teológico-pastorales planteados en los papados anteriores y sofocados por la vía autoritaria que ahora, al rebufo del aperturismo de Francisco, vuelven a aparecer en los debates teológicos. Ahí está la clave de bóveda de lo que este Sínodo debería suponer para la Iglesia y no en el debate sobre permitir o no la comunión a divorciados vueltos a casar. Permítasenos pensar con la libertad de los hijos de Dios y preguntarnos si la teología debe ser solamente la explicación de verdades permanentemente firmes y mero desarrollo de la doctrina o por el contrario es posible que la reflexión teológica sobre la realidad pastoral lleve a recapacitar sobre posiciones doctrinales en todos los ámbitos, también en el del matrimonio y la familia.

Una reflexión pastoral en profundidad detectaría la cada vez más visible crisis de confianza en la Iglesia, que la sitúa ante el reto de redefinir su relación con la modernidad en muchas aspectos. El de la familia es sólo uno de ellos y piedra de toque para afrontar ese desafío. Por eso, salga lo que salga del Sínodo, afanémonos los creyentes cristianos por situar la visión de la familia no en clave de restricción o imposición sino de propuesta positiva humanizadora, que ayude a descubrir el matrimonio y la familia cristiana como una forma de vida en la fe sin discriminar por ello a otras.

lunes, 31 de agosto de 2015

CASTA ET MERETRIX

Once cardenales hablan sobre el matrimonio y la familia. Ensayos desde un punto de vista pastoral. Los que algún bloguero especialista en información religiosa denomina “pesos pesados” firman este ensayo que acaba de ver la luz. Son un total de once cardenales, entre ellos el español Rouco Varela, que aprovechan la cercanía del inicio de la fase definitiva del Sínodo de la Familia en el próximo otoño para presionar más a Roma y al Sínodo y marcar terreno frente a cualquier atisbo de mínimo cambio. El rostro del rigor frente a los intentos de dar a la Iglesia el rostro más amable de Jesús y su Evangelio. Firman once, pero alguno más habrá que lo hubiera hecho gustoso. Por ejemplo el ultraconservador estadounidense Raymnod Burke, que en Enero pasado impulsó la petición al Papa para impedir un cambio en la doctrina que replantee los modos en los que la Iglesia católica acoge a los divorciados vueltos a casar y a los homosexuales. No cuestiono la legitimidad del casi medio millón de fieles firmantes de esa petición expresa al Papa para que “reafirme categóricamente la enseñanza de la Iglesia de que los católicos divorciados y vueltos a casar civilmente no puedan recibir la sagrada comunión”, pero como creyente cristiano me parece deleznable moralmente que lo hayan hecho.
Un grupo de 18 teólogos españoles, entre los que se encuentran González Faus, Pagola o Torres Queiruga, el informador religioso José Manuel Vidal y el obispo emérito de Palencia Nicolás Castellanos, han iniciado a través del portal www.change.org una campaña de recogida de firmas pidiendo al Sínodo que avance en las reformas necesarias para que los divorciados vueltos a casar puedan comulgar. Y lo hacen a través de un escrito rigurosamente documentado para que la Iglesia, siendo fiel al espíritu del Evangelio y no a su letra, haga una lectura distinta al dogma definido en Trento. Un buen número de eclesiásticos ya lo están haciendo en la realidad del día a día del que tan alejados viven determinados sectores. Hay una mayoría silenciosa de creyentes que debe comenzar a movilizarse si desea que la primavera del papa Francisco no se quede en meros brotes verdes. Creyentes corrientes, personas de buena voluntad, que nada tienen que ver con esas redes neocons ni demás lobyyes eclesiales más papistas que el Papa. Me permito animar a quien lea esto a firmar esta petición a través de change.org porque parece llegada la hora en que la mayoría silenciosa comience a movilizarse en apoyo de Francisco y su empeño en dotar a la Iglesia de un rostro más conforme al Evangelio y a Jesús.
Resultará curioso, y hasta ridículo, para quien asista a esta lucha desde la lejanía de la pertenencia a la Iglesia que el cambio más revolucionario que se está planteando sea la propuesta de reforma para que los divorciados vueltos a casar civilmente puedan recibir la comunión. Pero es lo que tiene la Iglesia y su particular presteza para interpretar los signos de los tiempos. Afortunadamente hay muchas personas a las que no les preocupa que la Iglesia Católica, el derecho canónico o determinados Papas les nieguen el derecho a recibir la comunión por haberse vuelto a casar después de divorciarse, por estar divorciado o por vivir en pecado. Al margen de mi situación personal, me incluyo entre ellas. Pero hay personas que sí sufren, y mucho, cuando se le niega ese derecho y más aún cuando la negativa se extiende a los hijos o hijas a la hora de recibir su Primera Comunión. En todo caso parece necesario volver a ser activista hacia dentro de la Iglesia, porque en el crisol de sensibilidades que es la Iglesia, casta et meretrix como tan bien la definió San Ambrosio, sobran santas y faltan putas.  

martes, 18 de agosto de 2015

HIJAS DE LA CARIDAD EN PIEDRAS BLANCAS

APORTACIONES PARA UN DEBATE SOBRE MODELOS ECLESIALES                                
El anunciado traslado de las Hijas de la Caridad y el consiguiente cierre del centro que tenían en la parroquia de Piedras Blancas desde hace casi veintisiete años, ha causado pesar entre sus más cercanas colaboradoras y generado distinto tipo de reacciones en el conjunto de la feligresía de la parroquia. Quisiera aportar mi opinión, centrándola  en el contexto general de la realidad eclesial actual de la que todos somos corresponsables y algunos, además, causantes directos. Mantengo como premisa inicial de mi exposición que la sucesión de cambios en los distintos ámbitos parroquiales, sacerdotes, religiosos y/o religiosas, etc …, son la constatación más palpable del agotamiento de un modelo eclesial que se exterioriza en la pérdida de referencia parroquial entre los creyentes cristianos en los últimos años.
Parece que la razón principal que se arguye para el traslado y cierre del centro vinculado a la parroquia de Piedras Blancas es la escasez de vocaciones dentro de la orden y la necesidad de ubicar a las hermanas en otros centros donde su labor sea más necesaria. Es un hecho contrastable que la orden de religiosas más numerosa de la iglesia católica, las Hijas de la Caridad, han perdido más del 50% de sus hermanas y cerrado más de 1.000 casas en los últimos 40 años. Analizar las causas es algo que a quién le competa ya habrá hecho y seguramente las medidas que ahora se toman son resultado de las conclusiones a las que habrá llegado el mundo vicenciano. Es un  proceso que también debe analizarse en el contexto de una realidad incuestionable como es la pérdida de peso de la Iglesia en la sociedad española. En el habitual discurso tantas veces repetido hay quienes lo achacan al invierno eclesial postconciliar, a la falta de compromiso al que el relativismo empuja al conjunto de la sociedad, sobre todo a los jóvenes, o al laicismo de un Estado empeñado en cambiar la cara de la católica España. Desconozco si el análisis de la orden va también en esa dirección o en otra más inclusiva orientada a su problemática interna. De todas formas, cómo haya sido ese análisis es algo totalmente ajeno al tenor del planteamiento que intento trasmitir en estas líneas.
Como señalé antes, el punto de partida es que asistimos al agotamiento de un modelo eclesial, que precisamente se habilitó para frenar un proceso de deterioro cuando se atribuía al Concilio Vaticano II ser la causa del mismo. Durante siglos nacieron en el seno de la iglesia católica múltiples órdenes religiosas masculinas y femeninas para educar o socorrer a los pobres  apoyadas en el carisma de su fundador. A lo largo del siglo XX han surgido una serie de movimientos que han construido su carisma orientándolo a conseguir unos fines determinados. Promocionando esos nuevos movimientos se apostó por un modelo que garantizaba la asistencia y la existencia de un tipo de macro encuentros de jóvenes, de familias, de beatificaciones, etc …, concebidos en alianza con los sectores más conservadores de la iglesia católica y que la jerarquía comenzó a utilizar para medir y valorar los resultados de su actuación. Viéndose arrinconadas en cierta medida por la eclosión de esos nuevos movimientos, algunas órdenes religiosas que aglutinaban a jóvenes y adultos en distintas fórmulas de voluntariado o acción religiosa, comenzaron a sufrir su propio invierno que no todas desgraciadamente han sido capaces de superar. Ahondar en el particularismo del carisma propio ha sido la respuesta más común para intentar incardinarse en el paisaje eclesial que los nuevos movimientos han ido perfilando con la aquiescencia de la jerarquía. Ese cierto punto de endogamia ha acabado por fagocitar muchas de estas realidades, matándolas de éxito cuando al líder carismático acabó dándosele más predicamento que al carisma del fundador o fundadora. Sin embargo, ahí están esos otros ejemplos, Cocinas Económicas, Centros de Acogida, Comedores Sociales, etc… en los que las distintas órdenes han sabido, han podido o han querido poner su carisma al servicio de la experiencia humana más que al de la fuerza de los rituales religiosos.
Al tiempo que se desarrollaba el proceso con el que paulatinamente ha ido implantandose ese modelo, los templos y su culto se han ido vaciando progresivamente; la población que se declara como católica practicante es cada vez menos numerosa; escasean las vocaciones; los sacramentos se han convertido en actos de presencia social en la institución y el número de matrimonios, bautizos, comuniones, confirmaciones disminuyen también. ¡Hasta el número de personas que marca la famosa X ha descendido! Ese modelo que la fuerza de los hechos está poniendo en cuestión ha traído consigo la pérdida de referencia parroquial entre los creyentes cristianos en general. Particularmente, aquellas parroquias con presencia de esos nuevos movimientos o, en su caso, de algunas órdenes religiosas acabaron por conferir a todo lo parroquial exclusivamente lo particular de cada carisma.
En vísperas del Concilio Vaticano II Karl Rahner decía de la Iglesia de Cristo: “La Iglesia como realidad histórica es necesariamente una realidad territorial” y añadía “la parroquia es la realización primaria de la Iglesia como acontecimiento”. Considero el Cristianismo una oferta de vida válida para la transformación de la sociedad y para compartir con los demás, y a la Iglesia una comunidad de creyentes trasmisores de la Buena Noticia del Evangelio. Y considero la parroquia el espacio idóneo para desarrollar esa tarea. Es el conjunto de creyentes, clérigos y laicos, constituidos como comunidad humana integrada por multiplicidad de factores sociales reales quienes la dotan de operatividad evangelizadora. En esencia, la comunidad local en la que convivir, compartir, comprometerse socialmente y celebrar la Fe como miembros activos de la misma.
Es ese modelo eclesial centrado en la parroquia el que ha sido desatendido y del que se han desentendido quienes deberían haberlo sustentado para mejorarlo y no intentar erradicarlo en aras de nuevos modelos eclesiales, más orientados a la fuerza del ritual religioso que a la experiencia humana. Nuestras comunidades locales han dejado de ser espacios de referencia en la vida social perdiendo así su esencia evangélica. En la Evangelii Gaudium Francisco nos proporciona un excelente análisis de lo que la realidad parroquial debe ser y de lo que se  debe mejorar:
La parroquia no es una estructura caduca; precisamente porque tiene una gran plasticidad, puede tomar formas muy diversas que requieren la docilidad y la creatividad misionera del Pastor y de la comunidad. Aunque ciertamente no es la única institución evangelizadora, si es capaz de reformarse y adaptarse continuamente (…) esto supone que realmente esté en contacto con los hogares y con la vida del pueblo, y no se convierta en una prolija estructura separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos (…). Pero tenemos que reconocer que el llamado a la revisión y renovación de las parroquias todavía no ha dado suficientes frutos en orden a que estén todavía más cerca de la gente, que sean ámbitos de viva comunión y participación, y se orienten completamente a la misión. (28)
Sería osado por mi parte interpretar las palabras del Papa, pero me atrevo a incidir sobre una frase: “… y no se convierta en una prolija estructura separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos”. Más de un obispo debiera sonrojarse leyendo este texto y viendo cómo muchas realidades parroquiales han ido deteriorándose sin que ellos hayan hecho nada  por remediarlo, en algunos casos más bien al contrario.
(Antes de continuar quiero hacer un inciso para tranquilidad de los más puristas. Me referiré a Piedras Blancas como parroquia, pero quede claro que la realidad jurídica y canónica dictamina que la parroquia es San Martín de Laspra. De todas formas, sin ningún tipo de animosidad, entiendo que así contextualizo mejor lo que aquí intento trasmitir).
Desde el reconocimiento a la ímproba labor de las Hijas de la Caridad en el mundo y desde el máximo respeto a las personas y a la institución, creo que el análisis anterior respecto a la deriva que han tenido las realidades parroquiales en los últimos años puede aplicarse en Piedras Blancas. Y de ello todos somos corresponsables, insisto todos, por acción o por omisión. Piedras Blancas era por el año 1988 una realidad parroquial viva, aunque no carente de ciertas incertidumbres ni de los habituales problemas que afectan a una comunidad eclesial activa y dinámica. Era, desde luego, una comunidad parroquial marcada por la impronta de un párroco que respondía a un modelo de Iglesia fruto de su época y que en aquellos años ya presentaba una cierta ambivalencia, fruto de una trayectoria eclesial marcada por los contrates de épocas muy diferentes y cambiantes. Sin embargo, siempre había sabido unir a su dilata trayectoria en la parroquia la necesaria colaboración de los seglares, aunque los considerase en un nivel inferior de responsabilidad respecto al de cualquier religioso o religiosa, para mantener la viveza necesaria en la comunidad.  Creo que es complicado decidir qué parámetro utilizar para medir el grado de dinamismo de una parroquia. ¿El número de sacramentos que se celebran? ¿La asistencia a la misa dominical? ¿La cantidad de niños, jóvenes y/o padres involucrados en la catequesis? ¿La capacidad para atender las necesidades? Pese a esa complejidad asumo el riesgo y aporto a este debate, si lo hubiere, de evaluación de la viveza de la parroquia la valoración del cómo antes que del cuánto o del quién. La misión evangelizadora de una comunidad parroquial cristiana se sitúa en tres dimensiones, catequética, litúrgica y caritativa. Intentemos ser sinceros con nosotros mismos y analicemos desde la perspectiva del cómo las distintas actividades orientadas al desarrollo de esas tres dimensiones que se han desplegado en Piedras Blancas durante los últimos veinticinco años. Creo que de la reflexión sincera y profunda surgirá la respuesta personal para valorar el grado de crecimiento que como parroquia hemos tenido durante estos años. Mi respuesta intenta quedar plasmada en estas líneas.
La Iglesia lleva tiempo necesitando urgentes cambios estructurales que cuanto más se dilatan más enquistan su realidad, porque se añaden situaciones problemáticas surgidas de la velocidad con que la sociedad afronta y asume cambios y la lentitud con que la Iglesia es capaz de interpretar los signos de los tiempos. Se nos convoca a los creyentes cristianos a la llamada Nueva Evangelización, nuevas formas, nuevos métodos, nuevo ardor, como respuesta a los tiempos de transformación institucional de la religión, pero las dudas surgen al visualizar cómo desde ciertos vértices católicos se postulan personas y estructuras predeterminadas para encamar, permítaseme la expresión, convenientemente las respuestas. Particularmente la Iglesia de Asturias lleva años sufriendo un terremoto de nombramientos y cambios eclesiásticos que constatan, como vengo reseñando, el agotamiento de un modelo. Durante los mandatos de los dos últimos sucesores de los apóstoles preconizados a la sede episcopal asturiana no ha habido voluntad de afrontar planes de renovación de la iglesia asturiana. Un sínodo paralizado en su fase más decisiva por el traslado del anterior arzobispo, que el nuevo arzobispo acabó embridando tras años de dudas dándole forma de plan pastoral diocesano, nacido pretendidamente al socaire de los nuevos aires que soplan desde Roma pero que realmente va en la dirección pastoral opuesta. Ese es el bagaje para afrontar una realidad de renovación cada vez más urgente.
Los creyentes debemos asumir que el cambio más profundo que tiene por delante la Iglesia está en los propios creyentes. El primer paso para ese cambio debemos darlo nosotros mismos, eliminando egos y dando pasos al frente para que las comunidades locales sigan siendo, o vuelvan a ser, la sal imprescindible para construir una Iglesia en la que todos sean protagonistas y en la que las diferentes vocaciones sean instrumentos de servicio a una comunidad que camina y decide en común, porque muchos son los miembros pero constituyen un solo cuerpo.


A lo largo de estos años he tenido con las hermanas pertenecientes a las Hijas de la Caridad destinadas en Piedras Blancas una relación en lo personal de mutuo respeto y en lo eclesial y parroquial de profunda discrepancia, desde opciones muy diferenciadas de modelo de Iglesia. No voy achacar a nadie más que a mí mismo y a mis propias circunstancias vitales mi parte de responsabilidad en todo lo que, como ya señalé más arriba, creo que nos avocó en Piedras Blancas al agotamiento de ese modelo eclesial sobre el que hoy reflexiono aquí. Y éste es el punto desde el que deseo partir en este momento, todos somos necesarios y el único imprescindible es Jesús. La realidad actual no es la que era hace veintisiete años, es evidente, y es una realidad que requiere elaborar respuestas creativas sin refugiarse en formas del pasado. Estos son los tiempos que nos han tocado vivir, cuyos signos el Evangelio nos impele a interpretar con una mirada creyente de la realidad con discernimiento y libertad de conciencia. Y para ello no es necesario ni vaciar tiestos, ni volverlos a sembrar con nuevas semillas, más bien creo que es el momento de ser capaces de verter el vino nuevo en odres nuevos.

martes, 4 de agosto de 2015

¿TENDER PUENTES O HACER LÍO?

En uno de esos encuentros que tanto le gustan, sin protocolos, sin corrección política, sin papeles, hablando directamente al corazón de la gente, durante la última Jornada Mundial de la Juventud celebrada hace dos años el papa Francisco conminó a los cristianos a salir a la calle a armar lío, “quiero lío en las diócesis, quiero que la iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de lo que es estar encerrados en nosotros mismos”, afirmó.
¿Interpreta a su manera el arzobispo de Oviedo esas recomendaciones pontificias de hacer lío? Me temo que sí. Actuaciones, decisiones y escritos públicos de los últimos tiempos reflejan una hermenéutica mejorable, siendo amables en el calificativo, y cierta sensación de haber perdido capacidad para interpretar los signos de los tiempos. Reiteración de notas de prensa anunciando la expulsión de un sacerdote de su condición, con más alarde sobre la rapidez de la decisión que con tristeza y misericordia por el fondo; declaraciones públicas a la salida de una celebración religiosa sobre aspectos del mismo asunto anterior que, en todo caso, deberá sustanciar la investigación judicial civil; rectificación, sí sr. Arzobispo “rectificación”, sobre el traslado del sacerdote de Miranda, con envío incluido de nota de petición de rectificación a un medio de comunicación; y finalmente la guinda del recurso contra el Gobierno del Principado a cuenta de las horas dedicadas a la enseñanza de la religión en bachillerato. Todo ello en el contexto de la habitual catarata de cambios y nuevos nombramientos en las parroquias de la diócesis, ya habitual en esta época y con el añadido, en esta ocasión, de que se han anunciado públicamente cuando nuestro pastor se hallaba fuera de la diócesis en esa peregrinación anual a Tierra Santa de raigambre tan franciscana. Algo habría que reflexionar sobre las ausencias, en según qué momentos, y las presencias, en según qué lugares y compañías, de quién es la cabeza visible de la Iglesia asturiana. Pero ese es otro debate que está por abrir, aunque alguna vez habrá que hacerlo.

Desde hace no poco tiempo se ha instalado en la conciencia de la sociedad la percepción de una profunda crisis en la Iglesia católica. Quizá sean los tiempos recios de santa Teresa o el invierno eclesial del teólogo Rahner, pero lo cierto es que el marchamo que Francisco viene marcando desde Roma no acaba de cuajar en la católica España, ni asomo de que lo vaya hacer en el medio plazo. Lo único cierto es que el evangelio de Jesús ofrece un proyecto de vida y de sociedad al que los cristianos no deberíamos renunciar, por más que algunos se empeñen en hacer lío en lugar de tender puentes.

viernes, 17 de julio de 2015

¿HACIA DÓNDE CAMINA LA IGLESIA DE ASTURIAS?

El 14 de marzo de 2013 el cónclave elegía al cardenal Bergoglio como Papa. Apenas mes y medio después, el 26 de mayo de 2013, se fechaba con la firma del arzobispo de Oviedo el decreto de aprobación del plan pastoral diocesano 2013-2018. El plan llevaba gestándose desde medio año antes en una comisión diocesana encargada de su elaboración, dando forma a las conclusiones aprobadas del Sínodo de la diócesis comenzado en el año 2006 por iniciativa del entonces arzobispo Osoro y finalizado en diciembre de 2011, ya bajo el episcopado de monseñor Sanz Montes. Las fechas no engañan. La diócesis asturiana estuvo sumida en la indefinición pastoral prácticamente siete años, los que van de 2006 a 2013. Los contextos tampoco engañan, aunque son interpretables en función de parámetros más o menos interesados, y según ellos, la diócesis asturiana vivió inmersa en una cierta zozobra al verse metida de hoz y coz en un sínodo diocesano por parte de un arzobispo que meses después de su convocatoria logró el ansiado ascenso;  vivió en una indefinición absoluta pendiente de la articulación de las conclusiones del sínodo heredado por parte del nuevo arzobispo, que tardó más tiempo del debido en decidir romper o asumir lo anterior; y vive con una cierta desubicación la realidad de un plan pastoral que intenta recoger lo sustancial y tolerable de las conclusiones del sínodo y la impronta absolutista del actual arzobispo, y que nace prácticamente superado por los nuevos aires que vienen de Roma y que rebasan claramente sus líneas definitorias.
Es innegable que cada diócesis acaba marcada por la formación, la sensibilidad eclesial o la trayectoria biográfica de su pastor. Parece ya demasiado lejana la iglesia de Asturias profundamente marcada por el largo mandato episcopal de Díaz Merchán. La impronta del Concilio Vaticano II en la formación del clero asturiano, la búsqueda de realidades sociales justas y la sensibilidad en el compromiso con los más necesitados, son solo algunas de las características que identificaron a nuestra Iglesia asturiana durante los últimos años del franquismo y los primeros de la transición democrática. Están demasiado cercanos los siete años en los que Osoro condicionó con su excesivo personalismo  los modos y maneras de la Iglesia de Asturias. La eclosión de los movimientos vinculados a realidades religiosas carismáticas y de masas, el renacimiento de un espiritualismo más preocupado por el más allá que ocupado en la construcción del reino de Dios aquí y ahora, y una cierta tendencia jerárquica a enredarse en relaciones sociales de poder a poder, no siempre aconsejables, han marcado estos últimos años de una iglesia diocesana que empezó con el nuevo siglo a “peregrinar en Asturias” y perdió con ello las referencias geográficas, culturales y antropológicas de pertenencia a una realidad concreta que, lejos de constreñirla y aislarla,  le permitían ser universal desde lo particular. Vivimos el presente de una diócesis marcada por las permanentes ausencias de su arzobispo y trasfigurada por un revolcón permanente de cambios, que sólo encierran el desconocimiento más absoluto de su clero diocesano o el arrinconamiento de aquellos que distinguen claramente entre obediencia y servilismo. La realidad de un papa como Francisco, trasgresor en las formas y voz de los que hasta ahora no tenían voz, ha cogido con el pie cambiado a una buena parte de la cristiandad, sobremanera a la iglesia española. No parece nuestro arzobispo verso suelto capaz de salirse del guión pre-escrito hace años del que aún cuesta trabajo salirse, seguramente en pago y agradecimiento a quien desde la atalaya de su ático madrileño aún recuerda a sus protegidos a quién le deben su posición.
¿HACIA DÓNDE CAMINA NUESTRA IGLESIA DIOCESANA? En ese peregrinar en el espacio que oficialmente se repite machaconamente, soslayando, algo más que de palabra, el sentido de pertenencia a una realidad social y geográfica, tal parece que nuestra iglesia diocesana no acaba de definir con claridad un rumbo del que el pueblo de Dios de esta bendita tierra asturiana se sienta partícipe y corresponsable. Vista la atonía en la que desde hace unos años se mueven muchas de nuestras comunidades parroquiales, parece que el sensus fidelium de los creyentes cristianos de Asturias está acomodado y le es suficiente con tener olor a oveja y dejarse guiar.  Y es cierto que muchos pastores usan las ovejas para acrecentar su poder e influencia, pero también lo es que hay ovejas que gustosamente se sienten bien en su papel de rebaño dejándose guiar. Como pueblo de Dios, como destinatarios últimos del mensaje que emana del evangelio de Jesús, y precisamente por intentar ser fieles a ese mensaje, debemos aspirar a marcar el camino antes que dejar que nos lo marquen, aspirando a una Iglesia en la dejen de existir pastores y ovejas y en la que haya un pueblo de Dios que camina pegado a la realidad social y trabajando para mejorarla.

La vida personal de cada uno tiene una dimensión pública.  Es una condición natural de la que no podemos escapar y en la que cada uno elige el modelo social por el que apuesta, valorando y decidiendo en función de unos principios que primero heredamos y luego intentamos cultivar con nuevas experiencias. Y es esa apuesta la que nos guía e impulsa hacia un mayor reconocimiento de la dignidad y derechos de todos, o no.

lunes, 25 de mayo de 2015

MISACANTANOS

Con este término de estética sonora tan cercana al medievo se refiere monseñor Sanz Montes en su carta semanal a los cuatro seminaristas que hoy domingo se ordenarán sacerdotes en la catedral de Oviedo. Es llamativo que no sea capaz de escribir sus nombres para identificarlos individualmente, aunque supongo que sus prolongadas ausencias de la diócesis no le hayan impedido tener constancia de ellos, no en vano es el responsable último del porte tan conservador, tradicional y liturgista con que desde hace ya varios años se integran en el sistema los seminaristas. La ética y la estética en estrecha consonancia con el estilo literario con el que nuestro arzobispo perpetra sus melifluas florituras literarias tan habituales.
Mi sincera felicitación a los cuatro seminaristas porque hoy asumen el inicio de una etapa más, la definitiva y quizá más importante, en la opción que libremente han elegido. La ordenación sacerdotal es un evidente motivo de alegría personal para cada uno de ellos y sus familias y, sin alharacas ni estridencias en lo institucional, también debería serlo para el conjunto de la diócesis. Pero ese sentimiento no debe alejarnos de la certeza de que la auténtica realidad de la Iglesia católica, en España y en Asturias, es que cada vez hay menos curas.

La respuesta a la falta de vocaciones tiene la fácil escapatoria de la secularización de la sociedad, del laicismo imperante, del hedonismo y materialismo de las costumbres y de la educación atea de los jóvenes. Mientras la institución sigue cruzada de brazos viviendo de nostalgias del pasado, apostando por un único modelo de ser cura y por el celibato obligatorio, cada vez es más necesario y urgente dar pasos hacia nuevos modelos de curas, desde los curas casados a mujeres sacerdotes pasando por presbíteros elegidos por la propia comunidad. ¿Puede la jerarquía eclesiástica modificar las condiciones de acceso al ministerio ordenado? Claro que puede. Otra cuestión es que el procedimiento actual se considere tan intangible como el concepto mismo de lo que es una vocación al ministerio eclesiástico. Avanzar hacia un esquema sinodal de Iglesia con otro modelo organizativo, el de una Iglesia menos centralizada que mire más al pueblo que a Roma o a la curia, una Iglesia cercana, unida, fundida con las esperanzas y necesidades de los fieles cristianos, sería interpretar el “sensus fidelium” de una parte importante de creyentes, pero hay razones más que suficientes para interpretar que el motivo del inmovilismo no es otro que mantener un poder sobre la gente, sobre los laicos, de los que la jerarquía no se fía. Existe más miedo a que la gente pida que se ordene sacerdote un hombre casado o una mujer, que a la soledad, el desprestigio y el desamparo en el que está quedando la Iglesia.

lunes, 4 de mayo de 2015

LA REFORMA DE LA IGLESIA DESDE LA OPCIÓN DE LOS POBRES

Hace varios años conocí a un cura viejo que utilizaba un símil muy de andar por casa para valorar los cambios en la Iglesia. Es como un autobús, decía, que desea girar en una carretera. Por ancha que ésta sea tarda mucho tiempo. Hace tiempo que ese autobús no ha tenido reparación alguna ni se ha adaptado a los nuevos modos y maneras de viajar. Pero parece que hay tímidos intentos de hacerlo, o por lo menos eso se intenta vender por parte de ciertos sectores demasiado almibarados con algunas figuras episcopales de reciente promoción y que en Asturias conocemos tan bien.
 La Conferencia Episcopal ha publicado una Instrucción Pastoral sobre La Iglesia,  servidora de los pobres aprobada en su última asamblea plenaria. Han tardado un año y medio en intentar adaptar su magisterio a lo que el papa Francisco fundamentó tan nítidamente en la Exhortación Apostólica Evagelii Gaudium. El paso dado por los obispos españoles es importante pero no suficiente. El documento es de lo más provechoso que ha emanado de la Conferencia Episcopal en los últimos años, sin embargo deja zonas de cierta oscuridad. La lectura somera del texto deja un cierto sabor agridulce porque se queda a mitad de camino al recoger el sentido completo de la solidaridad que Francisco manifiesta en la Evangelii Gaudium, como “una reacción espontánea de quien reconoce la función social de la propiedad y el destino universal de los bienes como realidades anteriores a la propiedad privada. La posesión privada de los bienes se justifica para cuidarlos y acrecentarlos de manera que sirvan mejor al bien común, por lo cual la solidaridad debe vivirse como la decisión de devolverle al pobre lo que le corresponde” (EG, 189). Nuestros obispos se quedan en la necesidad de repensar el concepto. Habrá que darles tiempo. También para que sitúen la opción por los pobres como el eje trasversal que debe orientar la labor de la Iglesia a todos los niveles, diocesanos, parroquiales, catequéticos, formativos, etc …, tal como recoge la Exhortación Apostólica de Francisco, porque este documento no lo reseña de forma tan diáfana como debiera.
En el triunvirato que desde algunos sectores se ensalza como los hombres de Francisco en España aparece con luz propia el arzobispo de Madrid, Carlos Osoro. Se le sitúa, junto a Blázquez y Omella, encabezando la necesaria renovación de la Iglesia de nuestro país. Parece una contradicción que una de las grandes esperanzas episcopales, por no decir la mayor esperanza, sea el arzobispo que en su paso por Asturias arrasó con la secular tradición social de la Iglesia de Asturias. Me pregunto si en apenas diez años una mentalidad eclesial puede cambiar tanto. Si ha sido así bienvenido, aunque habrá que revisar conceptos. Si no ha sido así quizá es que en Asturias no le entendimos, o quizá que sus decisiones en nuestra diócesis fueron fruto de ciertas animadversiones personales más que de orientaciones pastorales.
Los obispos españoles apuestan por presentarse como servidores de los pobres y es un paso importante, pero lo que se necesita es más que una presentación, es una opción real por una reforma total en esa línea. El título de este artículo está tomado del XXVII Encuentro de Cristian@s de Base de Asturias que se celebra del 7 al 9 de Mayo en Gijón. Es un ejemplo más, como tantos otros, porque hay realidades dentro de la Iglesia que llevan años preocupados y ocupados por los pobres como centro y sentido de la Fe, tal como el evangelio de Jesús manifiesta con tanta claridad. 

lunes, 30 de marzo de 2015

EXPULSAR A LOS MERCADERES

Lo que ha venido denominándose primavera de la Iglesia tras la elección como Papa del cardenal Bergoglio, sólo ha conseguido personificarse a lo largo de estos dos años de pontificado en el estilo y la imagen de Francisco, pero no ha germinado más allá de los brotes verdes que suponen sus gestos de cercanía y sencillez. Y no lo ha hecho porque en líneas generales, tanto dentro de la Iglesia como fuera de ella, es mayor la empatía con su persona que con la institución que representa. El alto grado de simbolismo de sus gestos y su proximidad sincera a realidades que empobrecen a las personas y atentan contra su dignidad, han convertido a Francisco en un líder mundial de referencia. Su claro objetivo de reformar la estructura interna de la iglesia en todos los ámbitos y el cambio de foco doctrinal con una orientación pastoral más cercana al evangelio que a la ley, le han granjeado una fuerte oposición por parte de estructuras de poder curial y de no pocos sectores episcopales.
Durante el largo pontificado de Juan Pablo II se desarrolló todo un corpus de interpretación doctrinaria, que se erigió en la salvaguarda de la pureza espiritual y terrenal de la Iglesia y estigmatizó toda referencia práctica al Concilio Vaticano II, al que pasó a considerarse una especie de enemigo interior que ponía en peligro la existencia propia de la Iglesia por su aggiornamiento con el conjunto de la sociedad. En una salida adelante, sin solución de continuidad frente a las pautas reformadoras del Papa actual, hay sectores dentro de la propia Iglesia que ven en Francisco una especie de Mefistófeles que viene a rematar la obra que, según ese integrismo doctrinario, el Concilio Vaticano II no logró.
Analizando la dialéctica reformadora de estos dos años de papado, no pocas veces me ha venido al pensamiento el pasaje evangélico en que  Jesús expulsa a los mercaderes del templo. Lejos de ser una incitación a la violencia creo que es un momento humano de quien profundiza en aspectos éticos y sociales de su época y de quién, sobre todo, cuestiona de forma radical las tradiciones, el magisterio y las instituciones de su tiempo. Ese gesto de Jesús de expulsar a los mercaderes del templo es un acto de celo reformador, que llega a la raíz misma de donde brotan los abusos. Expulsa a vendedores y compradores no para mejorar el comercio impidiendo un enriquecimiento ilícito de los vendedores, sino para dar fin al modelo de recurrir a los sacrificios para agradar a su Dios. No vuelca las mesas de los cambistas de moneda por la existencia de una mala administración, sino para corregir el uso fundamental del templo.

Siempre en busca de canonjías más materiales que espirituales, los modernos mercaderes pueden ocupar sedes curiales, episcopales o atalayas doctrinarias bien pensantes, pero también los bancos de las misas dominicales sólo preocupados de sí mismos.  Por eso, en el cambio de rumbo que se vislumbra hay un camino aún muy largo por recorrer y es tarea de todos los creyentes cristianos superar esa concepción utilitarista de la Iglesia como expendedora de sacramentos, certificados e idoneidades varias, para alcanzar la auténtica nueva primavera que nos ayude a construir un mundo mejor.

domingo, 8 de marzo de 2015

LAS MUJERES Y LAS RELIGIONES

Decir que las religiones nunca se han llevado bien con las mujeres no es ninguna novedad, pero no está de más recordarlo porque en esa lucha constante e imparable por establecer un digno papel para la mujer en el protagonismo histórico, en el de las religiones en especial, las mujeres siempre han sido las grandes perdedoras. El imaginario religioso de clérigos, imanes, rabinos, lamas, gurús, pastores, maestros espirituales sobre la mujer se ha elaborado a partir de la consideración como válidos en todo tiempo y lugar de libros sagrados escritos en lenguaje patriarcal y mentalidad ciertamente misógina. Subir al altar, dirigir la oración comunitaria en la mezquita o presidir el servicio religioso en las sinagogas son parte de una realidad en la que sólo los varones pueden acceder al ámbito sagrado, por lo que se sienten legitimados divinamente para imponer su cosmovisión.
Particularmente la iglesia católica incurre en dos falacias en lo que se refiere al papel de la mujer. Una es sostener la orientación innata de las mujeres hacia la religión, resaltando para ello que las mujeres son las mejores transmisoras de la fe y las enseñanzas religiosas en la familia. La otra es la aseveración de que Jesús no eligió entre los apóstoles a ninguna mujer. Lo primero es un estereotipo que nace del olvido de que tradicionalmente a las mujeres es a quienes más se ha inducido hacia una determinada educación y aprendizaje, inoculándoles un sentimiento religioso que no hacía más que reproducir la organización patriarcal y androcéntrica de su religión. Lo segundo nace del temor de la jerarquía, como si cualquier mujer que defiende sus derechos dentro de la iglesia estuviese reclamando la ordenación. Y no se trata de eso, sino de que el evangelio empuja de abajo a arriba dentro de una comunidad circular en la que sólo hay, sólo debería haber, hermanos y hermanas sin necesidad de reclamar sus derechos. De todas formas, utilizar a Jesús para cerrar el paso a la ordenación sacerdotal de las mujeres entra en flagrante contradicción con lo que hacen otras iglesias cristianas ordenando a mujeres y reconociéndoles funciones sacerdotales y episcopales. Sólo una hermenéutica de los textos bíblicos en clave de género nos proporcionará la auténtica dimensión del cristianismo como liberador del ser humano e igualitario entre hombres y mujeres, porque la singularidad de Jesús sobre las mujeres es la falta de singularidad. No buscó un lugar especial para ellas, sino el mismo lugar para toda la humanidad.

Pese al mensaje igualitario y solidario del Evangelio, en el siglo XIX la iglesia perdió a la clase obrera por colocarse del lado de quienes les explotaban y condenar las revoluciones sociales, en el siglo XX perdió a los jóvenes y los intelectuales por sus posiciones integristas alejadas de los climas de modernidad y, si continuamos por esta senda patriarcal, en el siglo XXI perderá a las mujeres. Cambiar esquemas siempre es algo difícil y complicado, pero es un imperativo ético de toda la sociedad plantearse cambios que rompan los atávicos esquemas de un machismo ancestral.

domingo, 22 de febrero de 2015

LA CASTA EN LA IGLESIA

El papa Francisco tiene prisa y se le nota. En dos de sus más reciente intervenciones públicas, el discurso a la curia del pasado Enero y la homilía dirigida a los nuevos cardenales (y sobre todo a los que ya lo eran) la pasada semana, no ha dudado en utilizar ese concepto del que tantas implicaciones se derivan en la actualidad política y social española, casta. Y no lo ha hecho para resaltar la pureza, virtuosidad u honestidad en la iglesia, si no para remarcar la carga más peyorativa de la prosapia en que algunos han acabado convirtiéndola. Las cuentas en el HSBC de las Religiosas de San José y la mudanza del cardenal Rouco Varela a un ático de lujo valorado en más de un millón y medio de euros, son sólo los dos últimos ejemplos de los modos y maneras de esa ralea tan dañina que se ha instaurado en la iglesia española durante los últimos decenios.
Sin haberse cumplido aún dos años de su elección, Francisco hace crujir cada vez con más estrépito los viejos andamiajes sobre los que se apoyaban las estructuras envejecidas del Vaticano y que conformaban a su vez los cimientos de algunas iglesias nacionales, entre ellas la española. Esas estructuras de gobierno de la iglesia han escuchado palabras de gran dureza que nunca antes habían imaginado escuchar de un pontífice, aunque se siguen aferrando al dogma como salvaguarda de su autoridad eclesial. Pero ese empeño de Francisco en soltar lastre de tantas adherencias doctrinales y renovar nuestro yo interior desde la vuelta a lo más profundo del Evangelio de Jesús, trae consigo nuevos aires que aunque algunos se empeñen en solapar pergeñan una cierta melodía de cambio. De la comodidad de los palacios a la intemperie del camino; del enrocamiento en la dinámica de no perder a los de “dentro”, a la lógica integradora de identificarse con los que se sienten “perdidos”; de la doctrina al evangelio; de la neutralidad, la asepsia y la indiferencia al riesgo, el compromiso y la incondicionalidad gratuita.

El propio Francisco lo ha dicho muy claramente: “En el Evangelio de los marginados se juega nuestra credibilidad”. El catolicismo se está jugando volver a conectar con la sociedad, porque la opción por los empobrecidos, y no otra, es la realidad que hará creíble a la Iglesia en este tercer milenio.

domingo, 8 de febrero de 2015

¿QUÉ PODEMOS HACER?

¿Qué podemos hacer? Los hechos del misionero Ángel Olaran en el norte de Etiopía es el título de un libro cuya parte más substancial detalla los múltiples propósitos y quehaceres de la Misión de Wukro, en el norte de Eitopía, al frente de la que se encuentra Ángel Olaran, sacerdote de Hernani que pertenece a los Misioneros de África, comúnmente conocidos como Padres Blancos. Olaran llegó a Wukro en 1991, siete años después de la hambruna que asoló África y que en Etiopía provocó la muerte de 1 millón de personas, para abrir una escuela secundaria que se puso en marcha cuatro años más tarde en 1995. En estos veinte años la misión de Wukro ha recorrido un largo camino cuyo fruto más relevante es la Escuela de Agricultura, un modelo a imitar en cuanto a organización, pedagogía y experimentación y que es la gran aportación para renovar la agricultura de una región eminentemente agrícola. La respuesta de Olaran al interrogante que da título al libro es muy sencilla: “Cada uno debe encontrar su propio camino. Cómo hemos de actuar, no lo sé. Sólo sé que no podemos no hacer nada. Cada cual es responsable de cómo hacerlo”
En el mes en el que la iglesia católica desarrolla a través de Manos Unidas la llamada campaña contra el hambre me surge una duda razonable: ¿estamos los creyentes cristianos dando pasos en la dirección adecuada para luchar con los empobrecidos contra la injusticia? Porque sólo cuando nos identificamos con el sufrimiento del otro, cuando el sufrimiento del otro ya es tuyo, la acción que se deriva de ello alcanza el valor cristiano fundamental. Desde la atalaya de una fe comprometida resulta sencillo compartir bienes cuando vemos una necesidad, incluso sin acudir a la fe para fundamentarlo. Lo que ya no resulta tan sencillo es alojar al Huésped. Tengo la sensación general de que nuestra iglesia en España habla de Dios pero no enseña a alojar a Jesús en nuestra casa. Eso sí, hay que ser solidarios y en casi todas las parroquias encontraremos grupos más o menos comprometidos en campañas y celebraciones, pero no siempre en procesos evangelizadores que enseñen a alojar al Huésped.

Dicen quienes le conocen bien que Ángel Olaran es un hombre de pocas palabras, que habla con sus actos, pero que cuando habla dice las cosas muy claramente: “En España te piden si puedes decir la misa de 11, donde no conoces a nadie, donde no se conocen entre ellos, y lo único que esperan es que seas breve. Para mí no es así como debería ser una misa. Prefiero decirla entre conocidos con quienes puedo hablar y rezar juntos. Es la fe de la comunidad la que da vida a las palabras del sacerdote. Mi iglesia es la calle y mis altares las casas de la gente”. Ahí está la diferencia entre quien abre el corazón y aloja al Huésped y quien tranquiliza la conciencia con el donativo y el trabajo solidario. 

miércoles, 28 de enero de 2015

QUIEN CALCULA, DESBARRA. EFECTIVAMENTE

Con su habitual querencia por los juegos de palabras, el arzobispo de Oviedo nos ha dejado en las últimas horas algunas declaraciones y textos que añadir a su pléyade de joyas comunicativas. Como la mayoría de sus compañeros en el episcopado, en lugar de dar a conocer, comentar o difundir los ilusionantes documentos, los gestos proféticos o las palabras sencillas y evangélicas del Papa Francisco, monseñor Sanz Montes se muestra más interesado en traducir lo que viene de Roma que en ofrecer a su grey la palabra profética que cura y reconforta.
La paternidad responsable siempre ha formado parte de la doctrina moral de la iglesia católica como un concepto según el cual el ejercicio de la sexualidad alcanza su plena realización cuando se orienta exclusivamente a la procreación. Lo cierto es que la realidad histórica de cada momento ha confrontado esa doctrina con la vida concreta de las personas y ante eso la iglesia católica, tan reacia a encarar la modernidad, solo ha sabido blandir el pecado como arma. Hasta que el papa Francisco, con una especie de parábola, explícitamente gráfica, sobre la intensidad procreativa de las conejas, supera el encorsetamiento doctrinario dando un sentido a la responsabilidad en el ejercicio de la paternidad, y la maternidad añado yo, más acorde con la realidad y los tiempos que nos han tocado vivir. Pero sigue habiendo sectores en la iglesia española que no se arredran y en apenas 48 horas se ven en la obligación de traducir convenientemente las palabras del Papa. En ese contexto interpreto las palabras pronunciadas por nuestro arzobispo: “Quien calcula, desbarra”. Y yo añado, efectivamente señor arzobispo, efectivamente, sobre todo quien lo hace alternando sonoros silencios sobre determinados documentos o palabras del Papa, que denuncian con meridiana claridad tantas agresiones a la dignidad de las personas, con interpretaciones dogmáticas de otras palabras o documentos con la pretensión de afianzar una doctrina moral alejada de la realidad.
Casi al mismo tiempo que esas declaraciones monseñor Sanz Montes publicaba su carta semanal LA DESEABLE UNIDAD Y EL ECUMENISMO DE SANGRE. Cada vez que escucho o leo la palabra ecumenismo irremediablemente mi mente me lleva al hermano Roger de la comunidad de Taizè. A él no, a su legado, a la propia realidad de lo que Taizè es y supone para tantos y tantos jóvenes que por allí han pasado. Yo fui uno de ellos y allí viví una realidad en la que aprendí que el ecumenismo es un intercambio de dones, es la certeza de la necesidad que tenemos unos de otros, y que la reconciliación (la iglesia que hay en Taizè se llama precisamente así, Iglesia de la Reconciliación) no es sólo la simple coexistencia pacífica, sino la confianza, el enriquecimiento mutuo y la colaboración. Por eso, me parece un tanto escandaloso que quien firma como arzobispo esa carta sobre ecumenismo, sea el mismo que hace menos de tres meses hizo pública manifestación del músculo de su autoridad episcopal en el vergonzante incidente con la comunidad anglicana de Oviedo a cuenta de las celebraciones religiosas en la capilla del cementerio de San Salvador.

Existen comportamientos públicos, con evidentes repliegues identitarios, que petrifican un modelo de iglesia, también perceptible en cartas semanales parapetadas en referencias selectivas a los nuevos aires que soplan desde Roma.