lunes, 16 de julio de 2018

SANZ MONTES Y LA ENSEÑANZA

Conviene remontarse cinco años atrás para comprender, en su auténtica dimensión, el interés real que subyace como trasfondo en las palabras del arzobispo Sanz Montes sobre los anunciados cambios en la LOMCE del gobierno presidido por Pedro Sánchez.
En el año 2013 el arzobispo de Oviedo fue el protagonista de un baculazo en toda regla frente a la Federación de Religiosos de la Enseñanza (F.E.R.E.), que llegó a poner en aprietos a algunos de sus compañeros de la Conferencia Episcopal Española (C.E.E.). Escuelas Católicas, la marca de la poderosa F.E.R.E., organiza cada año unas jornadas de reflexión por las que pasa la mayoría de las docentes y los docentes de los centros adscritos a ella. En las jornadas de aquel año, cuya celebración se preveía realizar en Oviedo, había ponentes que disgustaban a la jerarquía. Entre otras, la monja sor Lucía Caram, la profesora de moral Carmen Barba, o el teólogo y párroco en Granada Serafín Béjar. En medio de un intenso cruce de reproches a través de internet y de las redes sociales, de las que el obispo Sanz Montes hace uso habitualmente, Escuelas Católicas decide suspender la celebración de las jornadas de ese año 2013.
El conflicto habría que situarlo más allá de los conocidos desencuentros entre la C.E.E. y la F.E.R.E., propietaria de más de 2.500 centros de enseñanza en España en los que estudian casi 1 millón y medio de alumnas y alumnos y que da empleo a más de 115.000 personas entre profesorado y personal administrativo. Era un conflicto que iba más allá del enfrentamiento de un obispo con una jurada aversión a las congregaciones religiosas dedicadas a la enseñanza. Aquella prohibición de celebrar en su territorio eclesiástico las jornadas de Escuelas Católicas era un golpe de mano más, quizá el definitivo, del cardenal Rouco y sus incondicionales por el control de los principales resortes del catolicismo español.  Todo ello en un contexto en el que se negociaba con el ministro Wert la mejor de las soluciones posibles para la asignatura de Religión dentro de la L.O.M.C.E.
Cinco años después, el obispo Sanz Montes, con el pie cambiado tras la elección del papa Francisco y la renuncia de su mentor Rouco Varela, vuelve a erigirse en adalid de la causa. No ha tardado ni 24 horas en regurgitar a través de Twitter (no he podido leerlo directamente de su cuenta porque me tiene bloqueado desde hace más de dos años) su veredicto a los anunciados cambios en la LOMCE por parte de la ministra Isabel Celaá: retirada del nihil obstat. Y es que el obispo Sanz Montes necesita el cuerpo a cuerpo como reclamo y autocomplacencia. Le da igual que sea frente a un sacerdote diocesano al que enfila, con la aquiescencia cobarde de sus más directos colaboradores, por vete tú a saber qué desencuentros; que frente a una feligresía entregada a lo parroquial que le reclama un poco de atención a sus demandas; que desnortando a una diócesis con continuos y caprichosos cambios de su clero diocesano; que, como es el caso, frente a un gobierno democrático, legítimo, muchos de cuyos votantes se reconocen creyentes. Sanz Montes practica un modelo de Iglesia en el que el único plan es que la jerarquía lo controle todo y además el mando se visibilice con contundencia, quedando así constancia pública de que en cualquier conflicto se impone la hoja de ruta episcopal. Más allá de que ese modelo no se acomoda a la realidad de una sociedad democrática, es un arquetipo que entra en conflicto con el Evangelio. Y lo afirmo con rotundidad desde mi condición de creyente cristiano, porque es hora de alzar la voz para conservar la dignidad que no demuestra tener el pastor que, por sus miedos, prefiere encerrar a sus ovejas en el corral en lugar de dejarlas libres y seguir cuidando de ellas.