Algo más de dos años ha tardado
nuestro arzobispo Sanz Montes en dedicar una de sus cartas semanales al Sínodo
de la Familia. Más allá de la arbitrariedad del escribano, que manifiesta así
su particularismo en la elección de los temas sobre lo que es necesario iluminar al pueblo de Dios, o
precisamente por ella, lo cierto es que en nuestra diócesis el eco oficial que
está teniendo el Sínodo de la Familia es más bien escaso. La convocatoria del
Sínodo en dos tiempos ha ensanchado el tiempo para la deliberación y el discernimiento
eclesial, pero en la iglesia de Asturias las reflexiones se sustancian
exclusivamente en iniciativas personales de quienes se atreven a proponer los
cambios que consideran plausibles en la comunión de la Iglesia de hoy. No
existe una acción pastoral en torno al Sínodo de la Familia y sus preparativos,
sólo el discurso oficial que busca el acatamiento acrítico de las declaraciones
doctrinales.
En los meses transcurridos entre
el Sínodo extraordinario del pasado año y la Asamblea General Ordinaria que se
desarrolla en la actualidad se han dado muchas vueltas a la cuestión sobre el
permiso oficial para recibir la comunión los divorciados vueltos a casar. Esa
controversia se ha convertido en símbolo del éxito o del fracaso de los
esfuerzos eclesiales de reforma. Pero hay otros muchos temas sobre los que
deberían producirse novedades a partir del desarrollo del Sínodo. El sentido de
la fe del pueblo de Dios, las relaciones entre las Iglesias locales y la
Iglesia universal, un diagnóstico sobre las estructuras participativas en la
Iglesia católica, la articulación conjunta de papa, curia y obispos diocesanos,
así como otros temas teológico-pastorales planteados en los papados anteriores
y sofocados por la vía autoritaria que ahora, al rebufo del aperturismo de
Francisco, vuelven a aparecer en los debates teológicos. Ahí está la clave de
bóveda de lo que este Sínodo debería suponer para la Iglesia y no en el debate
sobre permitir o no la comunión a divorciados vueltos a casar. Permítasenos
pensar con la libertad de los hijos de
Dios y preguntarnos si la teología debe ser solamente la explicación de verdades
permanentemente firmes y mero desarrollo de la doctrina o por el contrario es
posible que la reflexión teológica sobre la realidad pastoral lleve a
recapacitar sobre posiciones doctrinales en todos los ámbitos, también en el
del matrimonio y la familia.
Una reflexión pastoral en
profundidad detectaría la cada vez más visible crisis de confianza en la
Iglesia, que la sitúa ante el reto de redefinir su relación con la modernidad
en muchas aspectos. El de la familia es sólo uno de ellos y piedra de toque para
afrontar ese desafío. Por eso, salga lo que salga del Sínodo, afanémonos los
creyentes cristianos por situar la visión de la familia no en clave de
restricción o imposición sino de propuesta positiva humanizadora, que ayude a
descubrir el matrimonio y la familia cristiana como una forma de vida en la fe
sin discriminar por ello a otras.