Interpretando el título al modo y
manera más imaginativo posible, bien pudiera ser que al final de estas líneas el
humilde escribiente autor de las mismas hubiera desentrañado los secretos de
algún pacto postelectoral que todos negaran antes del 20-D; o dado cuenta de un
acuerdo extrajudicial afecto al devenir de Pikachu en su Game Boy particular; o
sustanciado las estipulaciones de un sorprendente acuerdo que dotase al
Principado de presupuestos; o revelado las claves del nuevo Majestic que abriese una vía de
entendimiento, porcentual por supuesto, en Catalunya; o, sencillamente, dado
las claves del convenio por el que la LFP permitiese al Sporting realizar
fichajes sin traba alguna. Pero desgraciadamente nada de eso. Siento defraudar
las expectativas de quien haya leído hasta aquí en su lectura. Pero ya que ha
llegado, ¿por qué no sigue leyendo?
Finalizando el Concilio Vaticano
II un grupo de unos cuarenta obispos de varios países, inspirados por lo que se
hacía y decía en el aula conciliar, se reunieron en las catacumbas de Domitila
para firmar lo que hoy se conoce como El
Pacto de las Catacumbas, un texto y proyecto que expone la misión de los
pobres en la Iglesia. Aquellos obispos se comprometieron a caminar con los pobres
y a ser una Iglesia pobre al servicio de los pobres. Para lograrlo se
implicaron en llevar un estilo de vida sencillo, renunciando no sólo a los
símbolos del poder si no al poder mismo, volviendo a las raíces del Evangelio.
Han
tenido que pasar 50 años para que el papa Francisco haya puesto de nuevo la
opción por los pobres en el centro de la vida
y el magisterio de la Iglesia. Cabría preguntarnos por qué lo que ha
escrito algunas de las mejores páginas de la historia de la humanidad ha tenido
que superar tanta vacilación a la hora de inspirar y orientar el ser cristiano dentro de la propia
Iglesia en su proyección a toda la sociedad. Hoy que se celebra el día de la
Iglesia Diocesana y cuando se apela a las
mil historias en una sola Iglesia, no parece de más poner en valor que el
compromiso asumido por toda la Iglesia para transformar la vida humana y
construir un mundo basado en la solidaridad y la justicia, sólo puede alcanzarse
partiendo del Evangelio de los pobres.