sábado, 25 de mayo de 2019

LA UTOPIA COTIDIANA


Para los/as socialistas la ciudad, el municipio, debe ser el territorio donde se pueda desarrollar lo que Lionel Jospin llamaba la utopía cotidiana. Un lugar con mayor capacidad de autogobierno, sabiendo que el gobierno local basa su legitimidad histórica como representante próximo de la comunidad.
Los municipios son el puente entre la política institucional y la sociedad civil. Es importante dotar a los ayuntamientos de recursos legislativos y financieros para que de verdad puedan desarrollar un espacio de libertad, de igualdad y de fraternidad, teniendo como idea central una solidaridad entendida como una opción preferencial por los/as más desfavorecidos/as, buscando  los mejores valores emergentes en cada espacio de la ciudad o municipio.
Desde la política municipal hay que hacer un esfuerzo para evitar el desarrollo de una riqueza excluyente y hay que fortalecer un bienestar integrador. Eso se hace potenciando las políticas de integración social y cultural, el acceso a la educación, a la vivienda, combatiendo el racismo y la xenofobia y, fundamentalmente, trabajando contra el desempleo. Desde los ayuntamientos es imprescindible generar políticas inclusivas que propicien recursos sociales, educativos y culturales como medio para promover la participación política, económica, social y cultural de los ciudadanos y las ciudadanas residentes en nuestros municipios, pueblos y ciudades, porque son el lugar preferente donde se desarrolla la democracia. Y debemos avanzar en la profundización democrática desde un nuevo concepto de participación y proximidad, con el desarrollo de nuevas políticas sociales desde el diálogo y la cooperación entre las distintas administraciones públicas.
Hacer cotidiana la utopía es hacer cotidiano ver una solución donde no hay ninguna. Hacer cotidiana la utopía está en las antípodas de no ver un problema donde en realidad existe un problema o, lo que es peor, crear un problema donde no existe. Hacer cotidiana la utopía es practicar las políticas locales desde el convencimiento de que es necesario generar nuevas capacidades, para reconvertirse y abrir parcelas de gestión a la sociedad civil. Hacer cotidiana la utopía, en fin, es alejarnos de ensoñaciones personalistas y apostar de forma nítida y sin espacios de duda por el trabajo en equipo como única fórmula que nos garantiza alcanzar sueños que creíamos imposibles.

viernes, 22 de marzo de 2019

EL CANDIDATO. COMEDIA EN CUATRO ACTOS


"Nous ne souffrons que d’une chose: la Bêtise
Mais elle est formidable et universelle"

"Sólo sufrimos de una cosa: estupidez
Pero ella es genial y universal"

Gustave Flaubert – Carta a George Sand (1871)

Soy bastante anárquico en cuanto a mis preferencias literarias. Sin ser un lector compulsivo de los que devora todo lo que cae en sus manos, sí es cierto que tengo una tendencia cada vez más acentuada, debe ser la edad, para repentinamente y sin causa justificada bucear en las estanterías de lo que se asemeja a una biblioteca casera en la búsqueda de un libro concreto que me viene a la mente. En otras ocasiones compro un libro y lo dejo en barbecho hasta que pasado un tiempo afronto su lectura. Ni lo uno ni lo otro obedece a un patrón de comportamiento continuo, sino más bien a impulsos, como señalé al principio, un poco anárquicos y evocadores de vete tú a saber qué.
Hace unos días me ha pasado con Flaubert  y El Candidato. Comedia en cuatro actos, un libro editado por KRK que es la única obra escrita para el teatro por el autor de Madame Bovary. Lo compré el pasado diciembre y allí quedó, medio perdido entre otros varios libros. Y en ello estoy ahora mismo, en plena lectura e ilustrándome con las ambiciones y arterías de Rousselin, el protagonista de la obra, un aspirante de provincias a la elección como diputado en París, y con  las circunstancias históricas de la Francia de la segunda mitad del siglo XIX. La obra va descubriendo una sátira ciertamente política pero que Flaubert entreteje con un contenido más ambicioso, que excede la propia obra y que es totalmente congruente con el resto de su producción literaria: la anatomía de las grandes pasiones que mueven el orden social y la propia realidad humana.
Descubrí a Flaubert, como la mayoría de mi generación, en el instituto, en B.U.P., al estudiar la novela realista y Madame Bovary, en su caso, o Ana Karenina o La Regenta. Y años más tarde ya en la Universidad en la asignatura de Historia de la Literatura pude ahondar algo más en él. Nuestra profesora nos insistía, como estudiantes de Historia, que no se puede juzgar el espíritu de una época exclusivamente por las ideas, por los conceptos teóricos, sin tomar en consideración el arte y, particularmente, la novela. Y nos ponía un ejemplo ilustrador en el que aparecía Flaubert casi como un paradigma. Nos decía, “el siglo XIX inventó la locomotora, Hegel creyó haber aprehendido el espíritu mismo de la historia universal, pero Flaubert descubrió la necedad”. Fin de la cita. Aquello era mucho más interesante que las clases del instituto, claro está. Para argumentar aquella afirmación tan rotunda se apoyaba en otra obra, Diccionario de las ideas recibidas, en la que Flaubert recopilaba los estereotipos y formulaciones que a su alrededor utilizaban las gentes que querían parecer inteligentes y demostrar que estaban al día. Parece un tanto hiperbólico afirmar con tal rotundidad que Flaubert descubrió la necedad como una de aquellas pasiones humanas. Desde luego ya existía antes que él, entendida como una carencia de conocimientos que podía ser corregible mediante la educación. Lo que Flaubert formula en su obra a través de muchos de sus personajes es que la necedad es una dimensión inseparable de la existencia humana, que lejos de disiparse ante la ciencia, la técnica, el progreso o la modernidad, ¡¡progresa con ella!! Así pues, la moderna necedad no significaría ignorancia sino falta de reflexión sobre las ideas recibidas, porque cada vez se multiplican más las referencias a esos “lugares comunes” que todo el mundo repite sin pararse a pensar y que no son otra cosa que herramientas de manipulación en una sociedad que cada vez piensa menos por sí misma. Ese disfraz de pretendida búsqueda de “la palabra justa” desemboca en una grave carencia de profundidad. Trasmutado a las tablas es como si los personajes no actuaran y fueran meros juguetes de los acontecimientos.
Curiosamente El candidato. Comedia en cuatro actos fue una obra que no superó las dos representaciones allá por 1874, el año en que fue escrita. Irónicamente pienso que quizá pueda tener más recorrido su representación sobre un escenario actual poniendo sus ingredientes frente a los espectadores-electores de absolutamente todos los ámbitos de las democracias contemporáneas. Sería una buena forma de constatar si, efectivamente, la necedad nos rodea como una fuerza capaz de aplastar todo pensamiento original.