"Nous ne souffrons que d’une
chose: la Bêtise
Mais elle est formidable et universelle"
"Sólo sufrimos de una
cosa: estupidez
Pero ella es genial y universal"
Gustave Flaubert – Carta a George Sand (1871)
Soy bastante anárquico en cuanto a mis preferencias literarias.
Sin ser un lector compulsivo de los que devora todo lo que cae en sus manos, sí
es cierto que tengo una tendencia cada vez más acentuada, debe ser la edad,
para repentinamente y sin causa justificada bucear en las estanterías de lo que
se asemeja a una biblioteca casera en la búsqueda de un libro concreto que me
viene a la mente. En otras ocasiones compro un libro y lo dejo en barbecho
hasta que pasado un tiempo afronto su lectura. Ni lo uno ni lo otro obedece a
un patrón de comportamiento continuo, sino más bien a impulsos, como señalé al
principio, un poco anárquicos y evocadores de vete tú a saber qué.
Hace unos días me ha pasado con Flaubert y El
Candidato. Comedia en cuatro actos, un libro editado por KRK que es la
única obra escrita para el teatro por el autor de Madame Bovary. Lo compré el pasado diciembre y allí quedó, medio
perdido entre otros varios libros. Y en ello estoy ahora mismo, en plena lectura
e ilustrándome con las ambiciones y arterías de Rousselin, el protagonista de
la obra, un aspirante de provincias a la elección como diputado en París, y con
las circunstancias históricas de la
Francia de la segunda mitad del siglo XIX. La obra va descubriendo una sátira
ciertamente política pero que Flaubert entreteje con un contenido más ambicioso,
que excede la propia obra y que es totalmente congruente con el resto de su
producción literaria: la anatomía de las grandes pasiones que mueven el orden
social y la propia realidad humana.
Descubrí a Flaubert, como la mayoría de mi generación, en el
instituto, en B.U.P., al estudiar la novela realista y Madame Bovary, en su caso, o Ana
Karenina o La Regenta. Y años más
tarde ya en la Universidad en la asignatura de Historia de la Literatura pude
ahondar algo más en él. Nuestra profesora nos insistía, como estudiantes de
Historia, que no se puede juzgar el espíritu de una época exclusivamente por
las ideas, por los conceptos teóricos, sin tomar en consideración el arte y,
particularmente, la novela. Y nos ponía un ejemplo ilustrador en el que
aparecía Flaubert casi como un paradigma. Nos decía, “el siglo XIX inventó la locomotora, Hegel creyó haber aprehendido el
espíritu mismo de la historia universal, pero Flaubert descubrió la necedad”.
Fin de la cita. Aquello era mucho más interesante que las clases del instituto,
claro está. Para argumentar aquella afirmación tan rotunda se apoyaba en otra
obra, Diccionario de las ideas recibidas,
en la que Flaubert recopilaba los estereotipos y formulaciones que a su
alrededor utilizaban las gentes que querían parecer inteligentes y demostrar
que estaban al día. Parece un tanto hiperbólico afirmar con tal rotundidad que
Flaubert descubrió la necedad como una de aquellas pasiones humanas. Desde
luego ya existía antes que él, entendida como una carencia de conocimientos que
podía ser corregible mediante la educación. Lo que Flaubert formula en su obra a
través de muchos de sus personajes es que la necedad es una dimensión
inseparable de la existencia humana, que lejos de disiparse ante la ciencia, la
técnica, el progreso o la modernidad, ¡¡progresa con ella!! Así pues, la
moderna necedad no significaría ignorancia sino falta de reflexión sobre las
ideas recibidas, porque cada vez se multiplican más las referencias a esos “lugares
comunes” que todo el mundo repite sin pararse a pensar y que no son otra cosa
que herramientas de manipulación en una sociedad que cada vez piensa menos por
sí misma. Ese disfraz de pretendida búsqueda de “la palabra justa” desemboca en
una grave carencia de profundidad. Trasmutado a las tablas es como si los
personajes no actuaran y fueran meros juguetes de los acontecimientos.
Curiosamente El
candidato. Comedia en cuatro actos fue una obra que no superó las dos
representaciones allá por 1874, el año en que fue escrita. Irónicamente pienso
que quizá pueda tener más recorrido su representación sobre un escenario actual
poniendo sus ingredientes frente a los espectadores-electores de absolutamente todos
los ámbitos de las democracias contemporáneas. Sería una buena forma de
constatar si, efectivamente, la necedad nos rodea como una fuerza capaz de
aplastar todo pensamiento original.