viernes, 14 de febrero de 2025

CIERRE LA PUERTA AL SALIR

Gregorio Marañón dedicó uno de sus libros más interesantes a Tiberio, el emperador romano contemporáneo de Jesucristo y de Pilatos. Un alma resentida. Tiberio es una figura controvertida que comenzó a ser, en cierta manera, rehabilitado en el siglo XVIII por Voltaire. En todo caso, es uno de esos ejemplos de personaje histórico al que le tocó vivir en un cierto terreno de nadie y en una época confusa, a mitad de camino entre un mundo pagano que se desmoronaba y el pujante momento de una mentalidad cristiana que se asentaba. Gregorio Marañón le dedica un ensayo en el que profundiza en las raíces de su conducta. Con un encomiable esfuerzo interpretativo en el análisis de su mentalidad y de los contextos histórico y familiar, Marañón alcanza la conclusión de que Tiberio es el prototipo del hombre resentido.


El resentimiento es una realidad que suele acompañar a quienes se sienten afectados por un cierto complejo de inferioridad. También por quienes, todo lo contrario, se perciben a sí mismos iluminados como seres superiores. En cierta medida se puede trazar una línea desde los tiempos de Tiberio (desde mucho antes la historia también nos regala ejemplos a mansalva) hasta nuestros días de ejemplos de personajes resentidos. Algunos con alcance y raigambre histórica y  otros más cercanos al común de los mortales en su trayectoria e importancia, pero con el mismo denominador común que Marañón desentraña en Tiberio: espíritus mediocres a los que afecta la hipocresía y un deseo compulsivo de venganza muy cercano a la paranoia. 

Nuestra época actual no se encuentra libre de esta realidad, ni mucho menos. Veinte siglos después de Tiberio, vivimos en sociedades cada vez más hostiles en las que prolifera el individualismo y abunda la falta de una visión compartida para afrontar cualquier cuestión, sea de la índole que sea. Cada vez más, coexistimos en un presente cargado de frustración y desesperanza, con unos niveles crecientes de rencor que infectan el porvenir personal y el de quiénes nos rodean. De esa manera de afrontar la vida nace el resentimiento, transmutado en valor moral por quienes convierten en ofensas imperdonables cualquier opinión, experiencia o razón contraria a sus posiciones. Siempre resulta más fácil buscar argumentos para justificarse, que tratar de empatizar entendiendo las razones y el contexto del otro. Siempre es más cómodo detenerse que intentar avanzar.

Autointoxicación psíquica, tal como definió Max Scheler el resentimiento. En el resentido desaparece cualquier atisbo de responsabilidad o participación en la creación de su propio destino: el infierno siempre son los demás. Nietzsche lo proyectó de forma más categórica planteando que el resentido solamente se resiente de su propia debilidad. El filósofo alemán dibuja así una especie de formateo de personalidad a la carta: el resentido asume la moralidad que más le conviene a su propia naturaleza, aferrándose a ella como único principio vital y fuente de su dolor para perpetuarlo. Una especie de círculo vicioso de la personalidad resentida del que no existe la mínima voluntad de salir y que se retroalimenta de forma constante.  

Al igual que Marañón visibiliza en Tiberio, hoy en día sigue existiendo una relación entre el resentimiento y el proyecto político. Si en Tiberio resulta innegable el complejo de inferioridad como nefasto fundamento del resentimiento, en nuestros días se advierte incontestable que el resentimiento surge en ciertas personas en el momento de la disputa democrática por espacios de poder. El resentido de nuestros días es un ser que sufre tal complejo de inferioridad que se niega a admitir lo contingente y efímero de los cargos y que acaba convirtiendo en tóxico todo cuanto lo rodea con actitudes y discursos políticos que únicamente llevan implícitas apelaciones al resentimiento. Explotar esa forma de agitación política puede hacerse tanto orientándola hacia el exterior (hacia otro partido político) como plasmarla en la vida interna de la propia organización política. En ambos casos ni es un problema nuevo ni es un asunto sencillo, pero es innegable que cuando ocurre intramuros la consecuencia es que esa emoción negativa alcanza una dimensión colectiva que supone un claro factor de riesgo para la vida orgánica interna y, por extensión, para la propia Democracia. La revancha no busca el acuerdo, busca devolver el golpe. Y cuando no lo logra se obstina en generar enfrentamiento y se empeña en perpetuar el desencanto.    

Quien sombrea de resentimiento su fracaso demuestra que sería incapaz de rodear de honrado esplendor el éxito. Quien en el fracaso se empecina en buscar culpables, con ausencia total de autocrítica y atribuyendo ladinamente a los demás ser la causa de todos sus males, demuestra que solo sabría digerir el éxito con grosería y violencia en lugar de con inteligencia y delicadeza. El odio y el resentimiento generan altas dosis de rencor y sentimiento de venganza, que no son más que la careta bajo la que se esconde el ego desmedido de quien es incapaz de entender siquiera, no ya de practicar, el trabajo en equipo, los proyectos compartidos y las decisiones consensuadas, como el único camino que en política y en todos los órdenes de la vida nos puede conducir al éxito.

Tiberio vivió el final de sus días en una inmensa soledad, alimentando su resentimiento y esa doble personalidad con que la historia lo acabó juzgando. Séneca refiere dos frases suyas de aquel momento que reflejan tanto las amarras que había soltado con su propio pasado como lo pretencioso del porvenir que para sí mismo imaginaba. Cuenta Séneca que una vez un hombre se dirigió a Tiberio diciéndole: “¿Te acuerdas, César …?” y el César le interrumpió diciendo: “No, yo no me acuerdo de nada de lo que he sido”. La otra frase es un versículo griego que Tiberio repetía muy a menudo: “¡Después de mí, que el fuego haga desaparecer la Tierra!”. Ni pasado, ni porvenir. Tiberio se encierra en su propia renuncia a toda esperanza, encapsulado con los suyos, negándose a sí mismo y abrazando todo aquello contra lo que una vez luchó.

Cuando se generan según qué tipo de pulsiones existe el riesgo cierto de que éstas acaban revertiendo en contra. Tiberio lo experimentó conforme a los modos y maneras de vida del siglo I, consumiéndose en la soledad de sus villas imperiales. En nuestros días las fórmulas son más visibles para todos y el efecto boomerang de percepción prácticamente inmediata. Y democráticas, claro, todas son expresiones democráticas. Porque nada hay más democrático que la fuerza de los votos para dar un democrático portazo a quien, en su resentida ensoñación, piensa que es él quien se va y no los demás quienes le echan. “Por favor, sea tan amable y cierre la puerta al salir”