miércoles, 18 de junio de 2025

UNA CORRUPCIÓN QUE HACE DAÑO

El rechazo absoluto de la corrupción en política es crucial para el buen funcionamiento de la Democracia, la confianza pública y la justicia social. La corrupción, en todas sus formas, socava los principios fundamentales de un gobierno justo y equitativo, desviando recursos, minando la confianza y perpetuando la desigualdad.

Para quienes concebimos la política como un instrumento para mejorar la vida de las personas, la corrupción debilita la Democracia porque socava la confianza en las instituciones y en quienes ejercemos como representantes políticos de la ciudadanía, erosionando la legitimidad del sistema democrático. Desde esa misma perspectiva, la corrupción es un desperdicio de recursos porque los fondos públicos desviados por la corrupción serían susceptibles de destinarse a servicios esenciales como salud, educación e infraestructuras, mejorando la calidad de vida de los ciudadanos. Así mismo, la corrupción fomenta la desigualdad porque beneficia a unos pocos a expensas de la mayoría, exacerbando la desigualdad social y económica.  En definitiva, la corrupción compromete la justicia y la equidad porque los actos corruptos distorsionan la aplicación de la ley, favoreciendo a ciertos individuos o grupos sobre otros.  

Desde la óptica de la política como un principio de servicio, el rechazo de la corrupción es una responsabilidad individual y colectiva porque cada ciudadano tiene la responsabilidad de exigir transparencia y rendición de cuentas, denunciando la corrupción y participando activamente en la construcción de un sistema político íntegro. Abundando en ese fundamento moral, el rechazo de la corrupción supone el fortalecimiento institucional porque es fundamental reforzar los mecanismos de control interno y externo, como la independencia judicial, la libertad de prensa y la participación ciudadana, para prevenir y combatir la corrupción. Desde el fundamento ético de la utilidad de la política para avanzar como sociedad, el rechazo de la corrupción es una cuestión de educación y concienciación porque promover ambas sobre los efectos nocivos de la corrupción es esencial para construir una sociedad más justa y comprometida con la ética pública. Desde la honradez, la decencia y la rectitud moral, el rechazo de la corrupción supone fomentar una cultura de integridad en todos los niveles de la sociedad, desde la esfera pública hasta la privada, que es crucial para advertir el envilecimiento y la deshonestidad y construir el futuro desde la transparencia, la honestidad y el compromiso real para con los demás antes que para con uno mismo. 

En definitiva, tal y como concibo la acción política, como una herramienta al servicio de la mejora de las condiciones de vida de las personas, el rechazo absoluto a la corrupción no es solo una cuestión moral, sino también una necesidad para garantizar el buen funcionamiento del Estado, de la justicia social y del bienestar de la ciudadanía en su conjunto, sea en el ámbito que sea, nacional, autonómico o local.

Entrando en el terreno de lo personal, no voy a negar que están siendo días difíciles. Como creo que ya va quedando claro en lo escrito hasta ahora, considero que la corrupción es detestable, es totalmente rechazable, es una lacra que debemos erradicar sin miramientos, sin “peros” y sin el menor atisbo de justificación. TOLERANCIA CERO CONTRA LA CORRUPCIÓN y rechazo absoluto de quien la defienda o la practique. Que contra ellos caiga todo el peso de la ley.

Tampoco voy a negar que sigo creyendo firmemente, pese a estas horas oscuras que vivimos en el seno del socialismo, que sigue siendo la hora de mantener las líneas de avance social, económico, cultural que desde el gobierno que preside Pedro Sánchez se vienen implementando en los últimos años. Tampoco niego mi confianza en la manera que desde el PSOE se está haciendo frente a la corrupción, con decisiones rápidas y contundentes. Ni Ábalos ni Cerdán forman ya parte del PSOE. Y esto no es justificación de nada, absolutamente de nada. Es, sencillamente, un hecho y una realidad. Como también es una realidad constatable que en Ferraz no hay discos duros deshechos a martillazos ni nuestro secretario general envía mensajes de ánimo y fortaleza a ningún corrupto. Pese a quién le pese esta es la evidencia. Que se quiera ver o no, que los relatos ganen a los datos y las evidencias, es otra cuestión diferente que tiene más que ver con la forma en que algunos entienden la acción política que con la realidad de los hechos. En todo caso, es uno de los riesgos de la Democracia que haya quienes utilicen sus resortes para dinamitarla desde dentro. Contra eso también hay que seguir luchando, aún en estas horas oscuras que nos ha tocado vivir, porque va en nuestro ADN socialista y porque es nuestro compromiso real con la ciudadanía.  

Sin duda el escenario es complejo y altamente preocupante. Sin duda hay arribistas que aprovechan la coyuntura para volver a sacar la cabeza del fango en el que la tenían oculta hasta ahora. Sin duda hay personajes que aún no han sido capaces de aplicarse aquello que tantas veces repitieron a otros respecto a saber cuándo el tiempo nos alcanza. Sin duda hay quien cree que vociferar con las derechas le puede garantizar réditos electorales, sin duda, pero creo que no, que es más bien lo contrario. En estos tiempos oscuros se requiere, más que nunca, honestidad personal, lealtad a unos principios y autocrítica y responsabilidad en grandes dosis y en los momentos y lugares oportunos: en los órganos internos que el PSOE tiene. Porque creo que con más de 145 años de historia a la espalda está fuera de toda duda que funcionan, y que priorizan lo colectivo y la historia socialista de lucha por mejorar la vida de las personas por encima de las necesidades individuales, por históricas que sean o por muchas elecciones que hayan ganado. Es momento de señalar la imperiosa necesidad de actuar con la integridad, rectitud y modo de proceder que Pablo Iglesias reclamaba de los socialistas en el primer número de EL SOCIALISTA allá por 1906. También en la crítica es imprescindible ser “enteros, serios y morales”.

viernes, 14 de febrero de 2025

CIERRE LA PUERTA AL SALIR

Gregorio Marañón dedicó uno de sus libros más interesantes a Tiberio, el emperador romano contemporáneo de Jesucristo y de Pilatos. Un alma resentida. Tiberio es una figura controvertida que comenzó a ser, en cierta manera, rehabilitado en el siglo XVIII por Voltaire. En todo caso, es uno de esos ejemplos de personaje histórico al que le tocó vivir en un cierto terreno de nadie y en una época confusa, a mitad de camino entre un mundo pagano que se desmoronaba y el pujante momento de una mentalidad cristiana que se asentaba. Gregorio Marañón le dedica un ensayo en el que profundiza en las raíces de su conducta. Con un encomiable esfuerzo interpretativo en el análisis de su mentalidad y de los contextos histórico y familiar, Marañón alcanza la conclusión de que Tiberio es el prototipo del hombre resentido.


El resentimiento es una realidad que suele acompañar a quienes se sienten afectados por un cierto complejo de inferioridad. También por quienes, todo lo contrario, se perciben a sí mismos iluminados como seres superiores. En cierta medida se puede trazar una línea desde los tiempos de Tiberio (desde mucho antes la historia también nos regala ejemplos a mansalva) hasta nuestros días de ejemplos de personajes resentidos. Algunos con alcance y raigambre histórica y  otros más cercanos al común de los mortales en su trayectoria e importancia, pero con el mismo denominador común que Marañón desentraña en Tiberio: espíritus mediocres a los que afecta la hipocresía y un deseo compulsivo de venganza muy cercano a la paranoia. 

Nuestra época actual no se encuentra libre de esta realidad, ni mucho menos. Veinte siglos después de Tiberio, vivimos en sociedades cada vez más hostiles en las que prolifera el individualismo y abunda la falta de una visión compartida para afrontar cualquier cuestión, sea de la índole que sea. Cada vez más, coexistimos en un presente cargado de frustración y desesperanza, con unos niveles crecientes de rencor que infectan el porvenir personal y el de quiénes nos rodean. De esa manera de afrontar la vida nace el resentimiento, transmutado en valor moral por quienes convierten en ofensas imperdonables cualquier opinión, experiencia o razón contraria a sus posiciones. Siempre resulta más fácil buscar argumentos para justificarse, que tratar de empatizar entendiendo las razones y el contexto del otro. Siempre es más cómodo detenerse que intentar avanzar.

Autointoxicación psíquica, tal como definió Max Scheler el resentimiento. En el resentido desaparece cualquier atisbo de responsabilidad o participación en la creación de su propio destino: el infierno siempre son los demás. Nietzsche lo proyectó de forma más categórica planteando que el resentido solamente se resiente de su propia debilidad. El filósofo alemán dibuja así una especie de formateo de personalidad a la carta: el resentido asume la moralidad que más le conviene a su propia naturaleza, aferrándose a ella como único principio vital y fuente de su dolor para perpetuarlo. Una especie de círculo vicioso de la personalidad resentida del que no existe la mínima voluntad de salir y que se retroalimenta de forma constante.  

Al igual que Marañón visibiliza en Tiberio, hoy en día sigue existiendo una relación entre el resentimiento y el proyecto político. Si en Tiberio resulta innegable el complejo de inferioridad como nefasto fundamento del resentimiento, en nuestros días se advierte incontestable que el resentimiento surge en ciertas personas en el momento de la disputa democrática por espacios de poder. El resentido de nuestros días es un ser que sufre tal complejo de inferioridad que se niega a admitir lo contingente y efímero de los cargos y que acaba convirtiendo en tóxico todo cuanto lo rodea con actitudes y discursos políticos que únicamente llevan implícitas apelaciones al resentimiento. Explotar esa forma de agitación política puede hacerse tanto orientándola hacia el exterior (hacia otro partido político) como plasmarla en la vida interna de la propia organización política. En ambos casos ni es un problema nuevo ni es un asunto sencillo, pero es innegable que cuando ocurre intramuros la consecuencia es que esa emoción negativa alcanza una dimensión colectiva que supone un claro factor de riesgo para la vida orgánica interna y, por extensión, para la propia Democracia. La revancha no busca el acuerdo, busca devolver el golpe. Y cuando no lo logra se obstina en generar enfrentamiento y se empeña en perpetuar el desencanto.    

Quien sombrea de resentimiento su fracaso demuestra que sería incapaz de rodear de honrado esplendor el éxito. Quien en el fracaso se empecina en buscar culpables, con ausencia total de autocrítica y atribuyendo ladinamente a los demás ser la causa de todos sus males, demuestra que solo sabría digerir el éxito con grosería y violencia en lugar de con inteligencia y delicadeza. El odio y el resentimiento generan altas dosis de rencor y sentimiento de venganza, que no son más que la careta bajo la que se esconde el ego desmedido de quien es incapaz de entender siquiera, no ya de practicar, el trabajo en equipo, los proyectos compartidos y las decisiones consensuadas, como el único camino que en política y en todos los órdenes de la vida nos puede conducir al éxito.

Tiberio vivió el final de sus días en una inmensa soledad, alimentando su resentimiento y esa doble personalidad con que la historia lo acabó juzgando. Séneca refiere dos frases suyas de aquel momento que reflejan tanto las amarras que había soltado con su propio pasado como lo pretencioso del porvenir que para sí mismo imaginaba. Cuenta Séneca que una vez un hombre se dirigió a Tiberio diciéndole: “¿Te acuerdas, César …?” y el César le interrumpió diciendo: “No, yo no me acuerdo de nada de lo que he sido”. La otra frase es un versículo griego que Tiberio repetía muy a menudo: “¡Después de mí, que el fuego haga desaparecer la Tierra!”. Ni pasado, ni porvenir. Tiberio se encierra en su propia renuncia a toda esperanza, encapsulado con los suyos, negándose a sí mismo y abrazando todo aquello contra lo que una vez luchó.

Cuando se generan según qué tipo de pulsiones existe el riesgo cierto de que éstas acaban revertiendo en contra. Tiberio lo experimentó conforme a los modos y maneras de vida del siglo I, consumiéndose en la soledad de sus villas imperiales. En nuestros días las fórmulas son más visibles para todos y el efecto boomerang de percepción prácticamente inmediata. Y democráticas, claro, todas son expresiones democráticas. Porque nada hay más democrático que la fuerza de los votos para dar un democrático portazo a quien, en su resentida ensoñación, piensa que es él quien se va y no los demás quienes le echan. “Por favor, sea tan amable y cierre la puerta al salir”