El rechazo absoluto de la corrupción en política es crucial para el buen funcionamiento de la Democracia, la confianza pública y la justicia social. La corrupción, en todas sus formas, socava los principios fundamentales de un gobierno justo y equitativo, desviando recursos, minando la confianza y perpetuando la desigualdad.
Para quienes concebimos la política como un instrumento para
mejorar la vida de las personas, la corrupción debilita la Democracia porque socava
la confianza en las instituciones y en quienes ejercemos como representantes
políticos de la ciudadanía, erosionando la legitimidad del sistema democrático.
Desde esa misma perspectiva, la corrupción es un desperdicio de recursos porque
los fondos públicos desviados por la corrupción serían susceptibles de
destinarse a servicios esenciales como salud, educación e infraestructuras,
mejorando la calidad de vida de los ciudadanos. Así mismo, la corrupción fomenta
la desigualdad porque beneficia a unos pocos a expensas de la mayoría,
exacerbando la desigualdad social y económica. En definitiva, la
corrupción compromete la justicia y la equidad porque los actos corruptos distorsionan
la aplicación de la ley, favoreciendo a ciertos individuos o grupos sobre
otros.
Desde la óptica de la política como un principio de servicio,
el rechazo de la corrupción es una responsabilidad individual y colectiva porque
cada ciudadano tiene la responsabilidad de exigir transparencia y rendición de
cuentas, denunciando la corrupción y participando activamente en la
construcción de un sistema político íntegro. Abundando en ese fundamento
moral, el rechazo de la corrupción supone el fortalecimiento institucional
porque es fundamental reforzar los mecanismos de control interno y externo,
como la independencia judicial, la libertad de prensa y la participación
ciudadana, para prevenir y combatir la corrupción. Desde el fundamento ético de
la utilidad de la política para avanzar como sociedad, el rechazo de la
corrupción es una cuestión de educación y concienciación porque promover ambas
sobre los efectos nocivos de la corrupción es esencial para construir una
sociedad más justa y comprometida con la ética pública. Desde la honradez,
la decencia y la rectitud moral, el rechazo de la corrupción supone fomentar
una cultura de integridad en todos los niveles de la sociedad, desde la esfera
pública hasta la privada, que es crucial para advertir el envilecimiento y la
deshonestidad y construir el futuro desde la transparencia, la honestidad y el
compromiso real para con los demás antes que para con uno mismo.
En definitiva, tal y como concibo la acción política, como
una herramienta al servicio de la mejora de las condiciones de vida de las
personas, el rechazo absoluto a la corrupción no es solo una cuestión moral,
sino también una necesidad para garantizar el buen funcionamiento del Estado, de
la justicia social y del bienestar de la ciudadanía en su conjunto, sea en el
ámbito que sea, nacional, autonómico o local.
Entrando en el terreno de lo personal, no voy a negar que
están siendo días difíciles. Como creo que ya va quedando claro en lo escrito
hasta ahora, considero que la corrupción es detestable, es totalmente
rechazable, es una lacra que debemos erradicar sin miramientos, sin “peros”
y sin el menor atisbo de justificación. TOLERANCIA CERO CONTRA LA CORRUPCIÓN y rechazo
absoluto de quien la defienda o la practique. Que contra ellos caiga todo el
peso de la ley.
Tampoco voy a negar que sigo creyendo firmemente, pese a
estas horas oscuras que vivimos en el seno del socialismo, que sigue siendo la hora de mantener las
líneas de avance social, económico, cultural que desde el gobierno que preside
Pedro Sánchez se vienen implementando en los últimos años. Tampoco niego mi
confianza en la manera que desde el PSOE se está haciendo frente a la
corrupción, con decisiones rápidas y contundentes. Ni Ábalos ni Cerdán forman
ya parte del PSOE. Y esto no es justificación de nada, absolutamente de nada. Es,
sencillamente, un hecho y una realidad. Como también es una realidad constatable
que en Ferraz no hay discos duros deshechos a martillazos ni nuestro secretario
general envía mensajes de ánimo y fortaleza a ningún corrupto. Pese a quién le
pese esta es la evidencia. Que se quiera ver o no, que los relatos ganen a los
datos y las evidencias, es otra cuestión diferente que tiene más que ver con la
forma en que algunos entienden la acción política que con la realidad de los
hechos. En todo caso, es uno de los riesgos de la Democracia que haya quienes
utilicen sus resortes para dinamitarla desde dentro. Contra eso también hay que
seguir luchando, aún en estas horas oscuras que nos ha tocado vivir, porque va
en nuestro ADN socialista y porque es nuestro compromiso real con la ciudadanía.
Sin duda el escenario es complejo y altamente preocupante. Sin
duda hay arribistas que aprovechan la coyuntura para volver a sacar la cabeza
del fango en el que la tenían oculta hasta ahora. Sin duda hay personajes que
aún no han sido capaces de aplicarse aquello que tantas veces repitieron a
otros respecto a saber cuándo el tiempo nos alcanza. Sin duda hay quien
cree que vociferar con las derechas le puede garantizar réditos electorales, sin
duda, pero creo que no, que es más bien lo contrario. En estos tiempos oscuros
se requiere, más que nunca, honestidad personal, lealtad a unos principios y
autocrítica y responsabilidad en grandes dosis y en los momentos y lugares
oportunos: en los órganos internos que el PSOE tiene. Porque creo que con más
de 145 años de historia a la espalda está fuera de toda duda que funcionan, y que priorizan
lo colectivo y la historia socialista de lucha por mejorar la vida de las
personas por encima de las necesidades
individuales, por históricas que sean o por muchas elecciones que hayan ganado. Es momento
de señalar la imperiosa necesidad de actuar con la integridad, rectitud y modo de
proceder que Pablo Iglesias reclamaba de los socialistas en el primer número de
EL SOCIALISTA allá por 1906. También en la crítica es imprescindible ser “enteros,
serios y morales”.