“La mentira más devastadora es
aquella
con la que un hombre se engaña a sí mismo”
Friedrich Nietzsche
“Ningún legado es tan
rico como la honestidad”
William Shakespeare
Entiendo la política como una herramienta de transformación que
posibilita mejorar la vida y condiciones de nuestros semejantes. Es innegable
que ésta es la manera de concebirla para una gran cantidad de mujeres y hombres que se
dedican a ella. Sin embargo, también hay quien la ejerce según los modos y maneras de uno de los más famosos aforismos de Voltaire, ¿es la política otra cosa que el arte de mentir deliberadamente? Un buen ejemplo lo tenemos en nuestro concejo. Tengo pocas dudas acerca del pedigrí volteriano del portavoz municipal
de IU en Castrillón, el señor Garrido. La falta de compromiso con la verdad que
sus declaraciones transmiten genera un fenómeno de confusión ciudadana que, sin
ninguna duda, tarde o temprano cobrará su factura. Y es que conforme avanzamos
hacia el final de esta legislatura municipal, que será la última de su
trayectoria en la política activa según él mismo repite machaconamente en todos
los plenos, el engaño y la mentira van en aumento a una velocidad de vértigo.
Una de las características que define la política de la postverdad, tan de moda desde hace unos
años en cierta izquierda, es utilizar circunstancias en las que los hechos
objetivos son menos influyentes a la hora de modelar la opinión pública que las
apelaciones a la emoción o a las creencias personales. Engañar, ocultar o
tergiversar, evitan entrar en el debate de las ideas y soslayan la legítima
discrepancia política. En cambio, facilitan cualquier construcción ideológica
fundamentada en la simple creencia que, a fuerza de no ser cuestionable, acaba
convirtiéndose en una mera cuestión de fe. Concebir la praxis política como una
dicotomía entre ideas o creencias es uno de los síntomas que
diagnostica una excesiva permanencia ostentando el poder. Para entender mejor
lo que pretendo decir, me atrevo a recomendarle al sr. Garrido, desde el máximo
respeto a sus preferencias literarias, una aproximación a Ortega porque define
muy bien esa diferencia, “las ideas se
tienen porque nos hemos adherido a ellas, pero en las creencias se está: las
habitamos de forma irreflexiva”. En definitiva, una especie de o conmigo o contra mí tan del gusto del
gulag.
Hace tiempo, hace demasiado tiempo, que en Castrillón hay
mucho de eso. Quizá ya va siendo hora de decirle
al rey que va desnudo, aún a riesgo de recibir distintos tipos de insultos y agravios vociferados, eso sí, desde
un despacho oficial. Mientras las tornas no cambien, tengamos la certeza de que
el engaño, la ocultación o la tergiversación, seguirán siendo parte consustancial
del adoctrinamiento.