En Democracia el voto es la poderosa arma en manos de la
ciudadanía para garantizar el buen gobierno. El ejercicio del derecho al voto
es la fórmula que permite disciplinar de forma eficaz a quienes nos representan,
obligándoles a servir a los intereses de la sociedad. El voto es la herramienta
que suscita una estructura de alicientes de lógica bien sencilla: recompensa en
las urnas a quienes ejercitan un buen gobierno y expulsa de las instituciones a
quienes solo persiguen su interés particular.
El mejor remedio para evitar el castigo electoral es atender
a las demandas de la ciudadanía. En los tiempos políticos actuales en los que
las urnas, además de sustanciar responsabilidades, trasladan mensajes que
requieren de una gran amplitud interpretativa, el desarrollo de un buen gobierno
que aporte soluciones es imprescindible que tenga como premisa fundamental el acuerdo.
En la gran mayoría de las demandas ciudadanas solo es posible imaginar una
solución si ésta es fruto del diálogo y el acuerdo, porque la imposición y la
unilateralidad no permiten resolver nada y, por definición, toda negociación
conlleva cesiones. Esto, sencillamente, es hacer política. Política con
mayúsculas, con responsabilidad y valentía, en cualquier ámbito, nacional,
autonómico o municipal.
La foto política de fondo puede ser la del acuerdo de
gobierno para España entre PSOE y Unidas Podemos; o la de la aprobación de los
presupuestos regionales; o la de la inestabilidad política que las derechas se
empeñan en generar; o el sostenella y no
enmendalla de Ripa y sus huestes en Asturias. Pero, sea cual sea la imagen
en la que enmarquemos el análisis, no conviene distraerse con los fuegos de
artificio y se hace imprescindible continuar avanzando alejándose de la política
hecha desde las trincheras. El inmovilismo disfrazado de acción preservadora de
identidades varias, el negacionismo como bandera o la deslegitimación de quién
piensa diferente son políticas desde la trinchera, pero también lo son la
persistencia en las inercias adquiridas o la repetición rutinaria de las mismas
respuestas para problemas diferentes.
Escuchar a la ciudadanía interpretando correctamente la voz
de las urnas parece el mejor antídoto para
la tentación de irse a la trinchera, porque ciertamente nos gusta que nos den
la razón, pero las democracias difícilmente pueden inducir el buen gobierno si
quienes deben controlarlo solo oyen lo que quieren oír.
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