viernes, 20 de mayo de 2011

INDIGNADOS

La peor actitud es la indiferencia, decir “paso de todo, ya me las apaño”. Si os comportáis así, perdéis uno de los componentes esenciales que forman al hombre. Uno de los componentes indispensables: la facultad de indignación y el compromiso que la sigue.(Stéphane Hessel)


Hace unos meses que leí la edición española del libro de Stéphane Hessel ¡Indignaos! y estos días, coincidiendo con las movilizaciones de los movimiento Democracia Real Ya y No Les Votes, he vuelto sobre él.  Sospecho que Hessel ni esperaba que en España surgiese algo así, ni pienso que una vez surgido intente siquiera atribuirse la mínima parte de su paternidad. Sin embargo encuentro una clara referencia al libro en el hecho mismo de que los concentrados en las distintas ciudades españolas se autodefinen como “indignados”.  Ciertamente estas concentraciones han cogido con el pie cambiado a las formaciones políticas. A todas, aunque las reacciones han sido diferentes y mientras hay quienes intentan pescar en río revuelto y aglutinar el descontento, otros optan por lo mismo de los últimos cuatro años, ponerse de perfil y esperar que escampe. Cuando hemos pasado cuatro años oyendo cómo se apelaba al espíritu crítico y la reacción de la juventud, de los parados, de los que tienen un empleo precario, de todo quisqui en definitiva, para protestar por su situación, una vez que ésta se produce no se puede descalificar sin más y poner todo el énfasis en la crítica por el lugar elegido para concentrarse. Cuando se han dado giros de 180º en las políticas que te han llevado al gobierno, no se puede pretender encauzar el descontento como si no hubiese una relación causa/efecto entre una forma de gobernar a bandazos y la situación en la que nos encontramos.
Más que la literalidad de las reivindicaciones me atrae la metáfora que supone el movimiento en sí, las concentraciones de gente tomando la iniciativa. Porque es la metáfora de un descontento generalizado con una clase política que no ha tenido capacidad suficiente para que nos sintamos representados por ellos. Parte de las reivindicaciones del manifiesto del movimiento 15-M hace tiempo que vienen siendo reclamadas desde distintos ámbitos. Las listas abiertas, el control sobre los salarios de los banqueros, son cuestiones que no ponen fuera del sistema a quien las reivindica si no que ayudarían a perfeccionar el propio sistema. Creo que es urgente despolitizar todos los ámbitos de la sociedad civil, porque desgraciadamente hasta las asociaciones de vecinos de nuestros pueblos y ciudades acaban convirtiéndose en escenarios de lucha política partidista. Éste ha sido el gran error de los partidos políticos mayoritarios, haber politizado absolutamente todo hasta el límite de convertir la democracia en partitocracia. Los partidos políticos son parte necesaria de la democracia, pero no son la parte imprescindible ni tienen la exclusiva de la misma. Me atrevería a decir que deberían ser la parte menos importante, porque la democracia es la expresión libre de las opiniones y deseos de los ciudadanos en el desarrollo de sus derechos y libertades y en la asunción de sus responsabilidades. Los partidos políticos deberían ser meramente el cauce de representatividad de esos anhelos en función de la ideología de cada cual. Desgraciadamente han pretendido convertirse en elementos imprescindibles, no como consecuencia de un trabajo de representación bien hecho, si no a costa de influir en todas y cada una de los ámbitos de la ciudadanía. A mi juicio los partidos son necesarios dentro del sistema democrático, porque jugar a dejarlos fuera de la vida pública puede acabar dando lugar al florecimiento de un tipo de caudillajes populistas que dinamiten, estos sí, el sistema en su propio beneficio. Este es el reto de los partidos políticos a partir de ahora, volver a conseguir que todos los consideremos necesarios. Desgraciadamente, ahora mismo la percepción que existe es que nuestra democracia representativa sólo nos ofrece votar cada cuatro años a unos señores que previamente otros han seleccionado sin contar con nosotros.

jueves, 12 de mayo de 2011

MONSEÑOR SANZ SE EQUIVOCA

A la vista del título, confío en que comenzar este artículo reconociendo mi condición de creyente cristiano no sea coartada para la descalificación de quienes defienden una presencia pública de la Iglesia basada en la articulación de un bloque ideológico y social, que reproduzca fielmente las directrices de la jerarquía. Tampoco creo necesaria más explicación que mi propia libertad, a las posibles reticencias de quienes defienden limitar dicha presencia pública de la Iglesia a las paredes de las sacristías y vean en este medio de expresar mi opinión una forma de exceder esa frontera. Interpretar los signos de los tiempos, tal como recomendó hacer a la Iglesia el Concilio Vaticano II, es aportar nuestra visión social cristiana al entorno más inmediato y cercano.
La carta semanal que el arzobispo Sanz dirige a los católicos asturianos entra de lleno en el fragor de la campaña electoral. La pregunta que da título a la misma, ¿Hay un voto católico?, pretende quedar sin respuesta dando por hecho la evidencia de que la Iglesia Católica no se presenta a las elecciones, pero en la práctica las palabras de monseñor Sanz se interpretan de forma inequívoca. Él mismo reconoce que no es neutral a la hora de evaluar los programas de los distintos partidos políticos, utilizando como referencia la mayor o menor cercanía de las propuestas programáticas respecto de la doctrina social de la Iglesia. En la práctica, las calibradas citas de la Sollicitudo rei socialis de Juan Pablo II más parecen la excusa sobre la que asentar una opinión previa, que referencias sobre las que edificar razonadamente orientaciones pastorales. Por no hablar del tufillo oportunista que rodea al hecho de utilizar como base de su argumentación exclusivamente documentos de un autor que ha sido recientemente beatificado. Nuestro arzobispo podría haber hecho referencia a algún documento de Pablo VI, que reconoce la variedad de opciones posibles en situaciones concretas, “una misma fe cristiana puede conducir a compromisos diferentes”. O podría haber hecho referencia a la Gaudium et Spes del Vaticano II, “...muchas veces sucederá que la propia concepción cristiana de la vida les inclinará en ciertos casos a elegir una determinada solución. Pero podrá suceder, como sucede frecuentemente y con todo derecho, que otros fieles, guiados por una no menor sinceridad, juzguen el mismo asunto de distinta manera”. O por acercarnos más en el tiempo, el propio Benedicto XVI en una exhortación apostólica del año 2007 afirma que “el cristiano laico en particular (…) está llamado a asumir directamente la propia responsabilidad política y social” y que “los políticos y los legisladores católicos, conscientes de su grave responsabilidad social, deben sentirse particularmente interpelados por su propia conciencia”.
Uno de los síntomas de la crisis que afecta a la Iglesia es, sin lugar a dudas, el que tiene que ver con la relación entre la Iglesia y el mundo. El cristianismo no puede existir sin pretensión de universalidad y en este sentido la Iglesia no es un fin en sí misma, sólo tiene sentido al servicio de la transformación profunda y evangélica del mundo. Constreñir el camino de esa transformación a una uniformidad ideológica o política, nos lleva al absurdo de una iglesia jerárquica empeñada en atribuirse la custodia del orden moral natural universal como contrapartida a la pérdida de la hegemonía sobre el orden político, que desde la Modernidad prescindió de cualquier fuente de legitimación religiosa.
No debería confundir nuestro arzobispo su libertad para recordar a los fieles los principios de la ética católica, con el deseo de gobernar nuestras conciencias a la hora de emitir el voto o de ejercer cargos públicos. A la luz de la doctrina social de la Iglesia, no parece que la metodología de la moral o del magisterio social de la iglesia católica deba corresponderse con la aplicación autómata de principios generales, porque en el discernimiento ante situaciones concretas se hace imprescindible la mediación de la conciencia personal.