“… las instituciones políticas, no ya en sus
formas históricas, monárquicas y republicanas, sino en su esencia misma, en su
principio democrático inspirador de cuya eficacia se duda, son llamadas a
juicio”
(Manuel Azaña, El problema español, conferencia pronunciada
en la Casa del Pueblo de Alcalá de Henares, 1911)
Algo más de cien años
después, estas palabras de Manuel Azaña cobran tanta actualidad que su autor
bien merecería ser leído, interpretado y tomado como ejemplo bastante más de lo
que lo viene siendo en esta España nuestra.
La coyuntura histórica que
estamos viviendo contempla el juicio que la sociedad está llevando a cabo sobre
todas sus instituciones, algo que hasta ahora había permanecido anestesiado por
los efectos de la modélica transición
española. La jefatura del estado y el proceso abierto de abdicación de la
corona; la situación interna de los dos grandes partidos políticos garantes del
bipartidismo, que al descrédito creciente unen la preocupación más o menos
visible por los recientes resultados electorales y por su propia situación
interna; la realidad de las alternativas políticas tradicionales incapaces de
atemperar su ortodoxia para conectar con sectores sociales más amplios; los reflejos
políticos de movimientos sociales recientes envueltos en un populismo redentor
que desvirtúa sus ecos; todas ellas están siendo juzgadas, todas son llamadas a juicio, porque se sigue
dudando de la eficacia de su principio democrático inspirador, tal como
reseñaba Azaña a principios del siglo XX.
La sociedad española ha
vivido los últimos treinta y cinco años bajo una forma de dominación legal que
abarcaba toda la estructura del estado moderno y sus instituciones y las
estructuras de dominación del capitalismo. Esa ha sido nuestra anestesia y ese
el contexto solidario en el que se
han producido y tapado tantos y tantos desmanes a los que sólo recientemente
hemos empezado a poner nombres y apellidos, afectasen a quien afectasen y
cayera quien cayera porque “todos somos
iguales ante la ley”, tal como un día de nochebuena de hace un par de años
se dijo en televisión.
Como sociedad nos convendría
tener claro en qué queremos apoyarnos para establecer los necesarios criterios
de racionalidad política, en la visión crítica de la sociedad o en la
legitimación del orden. Llegada la hora de optar sólo nos quedará la ideología,
porque esa jaula de hierro en la que
hemos vivido puede interpretarse como la racionalización de la sociedad
occidental o como su enajenación. Nosotros tenemos la palabra.
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