Tengo el convencimiento de que nunca nos acostumbramos a las ausencias y mucho menos llegamos a entenderlas. Con el paso del tiempo podremos llegar a ser capaces de convivir con ellas, en un proceso que cada ser humano vive de modo y manera personal con diferentes necesidades, diferentes ritmos y diferentes velocidades. No siempre es posible, claro, pero es en ese proceso donde las presencias adquieren una importancia vital. Y sólo si somos capaces de detenernos ante el secreto de cada conciencia, de comprender antes de discutir y de discutir antes de condenar, aprenderemos a respetar los tiempos y las vidas ajenas.
Entonces nos daremos cuenta que cuando un corazón habla, lo que único que necesita es ser escuchado.
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