Con su habitual
querencia por los juegos de palabras, el arzobispo de Oviedo nos ha dejado en
las últimas horas algunas declaraciones y textos que añadir a su pléyade de
joyas comunicativas. Como la mayoría de sus compañeros en el episcopado, en
lugar de dar a conocer, comentar o difundir los ilusionantes documentos, los
gestos proféticos o las palabras sencillas y evangélicas del Papa Francisco,
monseñor Sanz Montes se muestra más interesado en traducir lo que viene de Roma que en ofrecer a su grey la palabra
profética que cura y reconforta.
La paternidad responsable siempre ha
formado parte de la doctrina moral de la iglesia católica como un concepto
según el cual el ejercicio de la sexualidad alcanza su plena realización cuando
se orienta exclusivamente a la procreación. Lo cierto es que la realidad
histórica de cada momento ha confrontado esa doctrina con la vida concreta de
las personas y ante eso la iglesia católica, tan reacia a encarar la
modernidad, solo ha sabido blandir el pecado como arma. Hasta que el papa
Francisco, con una especie de parábola, explícitamente gráfica, sobre la
intensidad procreativa de las conejas, supera el encorsetamiento doctrinario
dando un sentido a la responsabilidad en el ejercicio de la paternidad, y la
maternidad añado yo, más acorde con la realidad y los tiempos que nos han
tocado vivir. Pero sigue habiendo sectores en la iglesia española que no se
arredran y en apenas 48 horas se ven en la obligación de traducir convenientemente las palabras del Papa. En ese contexto interpreto
las palabras pronunciadas por nuestro arzobispo: “Quien calcula, desbarra”. Y yo añado, efectivamente señor
arzobispo, efectivamente, sobre todo quien lo hace alternando sonoros silencios
sobre determinados documentos o palabras del Papa, que denuncian con meridiana
claridad tantas agresiones a la dignidad de las personas, con interpretaciones dogmáticas
de otras palabras o documentos con la pretensión de afianzar una doctrina moral
alejada de la realidad.
Casi al mismo
tiempo que esas declaraciones monseñor Sanz Montes publicaba su carta semanal LA DESEABLE UNIDAD Y EL ECUMENISMO DE
SANGRE. Cada vez que escucho o leo la palabra ecumenismo irremediablemente mi mente me lleva al hermano Roger de
la comunidad de Taizè. A él no, a su legado, a la propia realidad de lo que
Taizè es y supone para tantos y tantos jóvenes que por allí han pasado. Yo fui
uno de ellos y allí viví una realidad en la que aprendí que el ecumenismo es un
intercambio de dones, es la certeza de la necesidad que tenemos unos de otros,
y que la reconciliación (la iglesia que hay en Taizè se llama precisamente así,
Iglesia de la Reconciliación) no es sólo la simple coexistencia pacífica, sino
la confianza, el enriquecimiento mutuo y la colaboración. Por eso, me parece un
tanto escandaloso que quien firma como arzobispo esa carta sobre ecumenismo,
sea el mismo que hace menos de tres meses hizo pública manifestación del
músculo de su autoridad episcopal en el vergonzante incidente con la comunidad
anglicana de Oviedo a cuenta de las celebraciones religiosas en la capilla del
cementerio de San Salvador.
Existen
comportamientos públicos, con evidentes repliegues identitarios, que petrifican
un modelo de iglesia, también perceptible en cartas semanales parapetadas en
referencias selectivas a los nuevos aires que soplan desde Roma.
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