domingo, 8 de marzo de 2015

LAS MUJERES Y LAS RELIGIONES

Decir que las religiones nunca se han llevado bien con las mujeres no es ninguna novedad, pero no está de más recordarlo porque en esa lucha constante e imparable por establecer un digno papel para la mujer en el protagonismo histórico, en el de las religiones en especial, las mujeres siempre han sido las grandes perdedoras. El imaginario religioso de clérigos, imanes, rabinos, lamas, gurús, pastores, maestros espirituales sobre la mujer se ha elaborado a partir de la consideración como válidos en todo tiempo y lugar de libros sagrados escritos en lenguaje patriarcal y mentalidad ciertamente misógina. Subir al altar, dirigir la oración comunitaria en la mezquita o presidir el servicio religioso en las sinagogas son parte de una realidad en la que sólo los varones pueden acceder al ámbito sagrado, por lo que se sienten legitimados divinamente para imponer su cosmovisión.
Particularmente la iglesia católica incurre en dos falacias en lo que se refiere al papel de la mujer. Una es sostener la orientación innata de las mujeres hacia la religión, resaltando para ello que las mujeres son las mejores transmisoras de la fe y las enseñanzas religiosas en la familia. La otra es la aseveración de que Jesús no eligió entre los apóstoles a ninguna mujer. Lo primero es un estereotipo que nace del olvido de que tradicionalmente a las mujeres es a quienes más se ha inducido hacia una determinada educación y aprendizaje, inoculándoles un sentimiento religioso que no hacía más que reproducir la organización patriarcal y androcéntrica de su religión. Lo segundo nace del temor de la jerarquía, como si cualquier mujer que defiende sus derechos dentro de la iglesia estuviese reclamando la ordenación. Y no se trata de eso, sino de que el evangelio empuja de abajo a arriba dentro de una comunidad circular en la que sólo hay, sólo debería haber, hermanos y hermanas sin necesidad de reclamar sus derechos. De todas formas, utilizar a Jesús para cerrar el paso a la ordenación sacerdotal de las mujeres entra en flagrante contradicción con lo que hacen otras iglesias cristianas ordenando a mujeres y reconociéndoles funciones sacerdotales y episcopales. Sólo una hermenéutica de los textos bíblicos en clave de género nos proporcionará la auténtica dimensión del cristianismo como liberador del ser humano e igualitario entre hombres y mujeres, porque la singularidad de Jesús sobre las mujeres es la falta de singularidad. No buscó un lugar especial para ellas, sino el mismo lugar para toda la humanidad.

Pese al mensaje igualitario y solidario del Evangelio, en el siglo XIX la iglesia perdió a la clase obrera por colocarse del lado de quienes les explotaban y condenar las revoluciones sociales, en el siglo XX perdió a los jóvenes y los intelectuales por sus posiciones integristas alejadas de los climas de modernidad y, si continuamos por esta senda patriarcal, en el siglo XXI perderá a las mujeres. Cambiar esquemas siempre es algo difícil y complicado, pero es un imperativo ético de toda la sociedad plantearse cambios que rompan los atávicos esquemas de un machismo ancestral.

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