Unidos Podemos ha presentado el
pasado 20 de Febrero en el Congreso de los Diputados una proposición no de ley
pidiendo eliminar de la televisión pública la emisión del programa dominical
que retrasmite la Misa católica. Más allá de los ecos mediáticos que sus
promotores han necesitado para dar altavoz a la iniciativa, que de otra forma no
hubiese pasado más allá del Boletín Oficial de las Cortes, es interesante
comprobar, una vez más, la confusión interesada, el embrollo conceptual, que
declaración tras declaración envuelve todo lo que se nos ofrece como camino
para asaltar los cielos.
Los ponentes invocan el principio
de laicidad del Estado y la necesaria neutralidad de un ente público, en este
caso una televisión. En ningún caso pongo en discusión los principios invocados
por los ponentes, pero sí que la política se reduzca al mero desarrollo lógico
de determinados razonamientos. Entre el Estado y la sociedad siempre han existido
canales de comunicación, algunos de los cuales se hacen presente de forma muy
variada con una alta carga religiosa. Desdeñar esta realidad significa que este
asunto es un escarceo más en el replanteamiento de las relaciones de la Iglesia
católica con el Estado español que se recogen en los Acuerdos de 1979 con la
Santa Sede, cuya denuncia y defensa a ultranza han generado posturas
excesivamente radicalizadas en ambos campos.
La laicidad debe caracterizar al
Estado, no a la sociedad. Todas las cuestiones referentes al sentido de la vida
son muy personales, pero no por ello tienen por qué ser relegadas al ámbito de
lo privado. La laicidad del Estado debe ser la garantía para abrir el espacio y
crear las condiciones para que las diversas creencias y cosmovisiones puedan
expresarse y dialogar libremente. Como sociedad no podemos vivir solamente a
golpe de Boletín Oficial del Estado y de leyes. Necesitamos espacios donde
germinen y se trasmitan valores, puntos de referencia para identidades
personales, espacios para cultivar, de formas libres y diversas, la vida
espiritual.
Se cuenta una leyenda-anécdota
sobre Tierno Galván, agnóstico declarado, cuando recién nombrado alcalde de
Madrid decidió mantener el crucifijo que había sobre la mesa de su despacho,
aseverando que “la contemplación de un
hombre justo que murió por los demás no molesta a nadie. Déjenlo donde está”.
También se cuenta que Antonio Hernández Gil, que nunca ocultó su condición de
creyente, dispuso la retirada del crucifijo de su despacho porque en su
condición de presidente del Congreso de los Diputados debía reflejar la
laicidad del Estado. estas dos anécdotas, de las que desconozco la literalidad
exacta o siquiera la certeza misma de su existencia tal como se reseñan, contraponen
las actitudes de una época, la Transición, hoy denigrada desde algunos ámbitos,
con la política actual de los 140 caracteres y el canutazo para abrir
telediarios. Sirvan ambas para que quede claro que en España así se construyó
la democracia, una de cuyas conquistas es la laicidad del Estado.
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