domingo, 25 de octubre de 2020

La desCOLONización del PP

 

Señalaba Manuel Sacristán que las hipótesis revolucionarias no se pueden demostrar, sólo se puede argumentar que son posibles para después luchar por ellas. En tal sentido, la diatriba de Pablo Casado en la tribuna del Congreso de los Diputados durante la moción de censura presentada por VOX fue declarar que su revolución frente a VOX era posible. Ahora le queda luchar por ella. Pero de eso es de lo que no hay certezas, por más que haya quienes vean en su intervención parlamentaria una fuente de esperanza que, desde luego, no todos alcanzamos a percibir.

Reconozco que pedir tal demostración resulta retórico, y hasta provocador hacerlo con una argumentación que se asienta en un filósofo marxista, pero no cabe otro planteamiento frente al gatopardismo, “si queremos que todo siga como está es preciso que todo cambie”, que subyace en el análisis del discurso que hace la prensa amiga (basta contemplar las portadas del día siguiente de ABC, LA RAZÓN o EL MUNDO), en algún tweet de García Egea en el que persiste en el frentismo y la exclusión para llevar a cabo un mandato constitucional como es la renovación del CGPJ, o en los desahogos que vierten en distintas RRSS algunos acérrimos seguidores. La escenificada huida de Colón parece más de palabra que de obra, y por supuesto de omisión.

La esencia del discurso de Casado estuvo escondida tras las explosivas llamaradas que dirigió a VOX. La sustancia de su sermón estuvo en la reiteración de los principios políticos neoliberales, como fórmula de gobierno y solución de los problemas de la ciudadanía, y en la insistencia en descalificar las medidas del Gobierno de España por ideológicas, arquetipo clásico de la derecha cuando ve desmoronarse el pensamiento único. La utilización de la ideología como descalificación del adversario es un tópico discursivo de la derecha en su estrategia de tensionar a la sociedad en momentos de crisis como la actual que estamos viviendo por la pandemia del COVID19. Nada nuevo en esa actitud según la cual sólo tiene ideología el adversario y en la que lo que se propone directamente es el fin de las ideologías, el fin de la historia tal como lo pronosticó Fukuyama, al que, claro, también se refirió Casado en su discurso, a finales del siglo pasado. Esta derecha ahora empeñada en huir de Colón utiliza la contraposición de aspectos como la tecnocracia, el centrismo o la moderación, como fundamentos racionales, prácticamente indiscutibles, de protección frente a lo que ellos llaman ideología dominante. Tanto ruido no es racionalidad. Es un automatismo defensivo frente al progresivo menoscabo que el pensamiento único viene manifestando en los últimos tiempos, porque tan ideológicos son el compromiso social y el reformismo como el conformismo político. Lo que varía son los efectos y el reflejo en la sociedad de la aplicación política de los principios de cada opción.

El deterioro del pensamiento único al que las derechas son tan propensas se exterioriza en toda su hondura con la crisis de la pandemia por COVID-19, que muestra todas las debilidades de la era neoliberal. Golpea primero aquellos lugares más conectados entre sí por la globalización, y con mayor dureza a aquellos con sistemas sanitarios más precarios tras años de austeridad y desinterés por la gestión pública, que se traduce en incapacidad de lidiar con cualquier problema social. Las medidas adoptadas convergen en cuarentenas más o menos voluntarias excepto para trabajadores/as esenciales, que pasan en cuestión de días de no ser nadie a ser, a su pesar, héroes nacionales. El COVID-19 ha venido a demostrar que el Estado puede movilizar recursos ingentes y organizar directamente la producción de valores de uso esenciales. Será difícil volver a convencernos de que no es posible hacerlo, difícil convencernos que el Green New Deal no es un programa irrenunciable ante la amenaza existencial de la crisis climática. Frente a intentos de cierre de la crisis reaccionarios y chovinistas, debe ser una exigencia la cooperación internacional solidaria y la redistribución de recursos y poder en beneficio de las personas. Trabajar mejor y no en trabajos precarios en la construcción de un mundo diferente, un mundo no en un sentido capitalista sino en el sentido de la relación necesariamente sostenible entre el ser humano y la naturaleza. Esto es un proyecto político plausible y, efectivamente, es ideología.

No es suficiente con la declamación desde la tribuna del Congreso de tics retóricos que no van más allá de pretender borrar una foto sin hacer desaparecer los principios que instruyeron su  realización. No basta la refutación teórica ni el pretendido papel de observadores impotentes en gobiernos respaldados por la extrema derecha. Concentrar el discurso exclusivamente en exhibir moderación es algo vacuo porque la moderación es una actitud que se puede mantener desde distintas concepciones, no es exclusiva de una postura determinada, ni mucho menos garantía de un posicionamiento no ideológico.

Desde la izquierda sigue haciendo falta más que nunca convencer. Convencer para transformar. De nuevo abrir las grandes alamedas y dejar gustosamente a quienes se empeñan en dividir, señalar y deslegitimar el papel, ahora sí de forma real, de observadores impotentes.

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