miércoles, 9 de diciembre de 2020

UN DISCURSO DESDE EL CASTILLO DE HERODES

 Hay quienes tienen la virtud de dotar a sus discursos políticos del tono adecuado según cada circunstancia y hay quienes, teniendo la pretensión de lograrlo, no van más allá de emular en sus prédicas el estilo de las tragicomedias del Siglo de Oro español; eso sí, en su modulación cómica. La buscada afectación de ciertas disertaciones y el hiperbólico tono épico de algunas diatribas podrían pasar perfectamente por prototipos de la vis comica con que Plauto dotaba sus obras, desde luego sin riqueza ni vivacidad comparable en lo que al uso del lenguaje se refiere. Como un paso más hacia el abismo del estilo discursivo aparece la perspectiva lírica, de la que tenemos un buen ejemplo reciente en la opción poética, casi mística, espiritual, con la que cierta política madrileña ha revestido alguna de sus últimas alocuciones. Poesía, espiritualidad y misticismo para inaugurar un belén municipal. Decía Schiller en una famosa carta a Goethe que el verdadero poeta debe partir siempre de un impulso inconsciente, aunque debe someterlo a un trabajo consciente. “El único punto de partida que adopta el poeta es lo inconsciente (…) La poesía consiste precisamente en saber expresar y comunicar ese inconsciente (…) Lo inconsciente junto con lo pensado constituye al artista poético”. Para alcanzar el horizonte bucólico y pastoril de inauguración de un sencillo belén, a la presidenta Ayuso le faltó trabajo consciente y le sobró impulso inconsciente; pero para lograr el objetivo de trasmitir toda la carga ideológica neoliberal en su profundo discurso sobre el portal de Belén, el nacimiento de Cristo, la cristiandad y nuestra civilización, “eso que hoy llamamos occidente”, al revés de lo que señalaba Schiller, a la presidenta Ayuso le sobró trabajo consciente y le faltó impulso inconsciente. Mal haríamos en soslayar por ridículo un discurso que es la pública exposición del neoliberalismo como teología política de un capitalismo que ha permeado los resortes espirituales, morales y jurídicos de las sociedades occidentales y que ha impuesto sus principales dogmas, no sólo en economía también en política y cultura. Esos dogmas consideran pernicioso la intervención pública y desprecian casi como un latrocinio los impuestos, hasta alcanzar su plenitud neoliberal, una especie de solución final, en el momento en que los Estados solo puedan reducir los servicios que prestan y apelar a la generosidad de las empresas y las élites para sostener un orden social mínimo. Eso es lo que a mi juicio se trasluce tras unas palabras, las de Ayuso, escondidas además bajo el manto encubridor de la jerarquía eclesiástica española, que alborozada se regocija con tales principios creyentes de un personaje político. Y todo se hace utilizando la Navidad al gusto, como la sal. Y se puede hacer porque una cosa es el sentido cristiano de la Navidad y otra el sentido que habitualmente se le da. Y se continuará pudiendo hacer mientras cada uno de nosotros, cada una de nosotras, no nos replanteemos el significado de la Navidad, el sentido que tiene en nuestras vidas y hasta la percepción de nuestra propia existencia como tal.

Desde mi realidad como creyente cristiano Navidad es que nuestro Dios no es un Dios de poderosos y soberbios, enriquecidos y opresores, sino un Dios pequeño y humilde, tan humilde como un recién nacido, el ser más necesitado de este mundo. Un ser necesitado de calor, necesitado de cuidado, necesitado de protección, necesitado de amor. Un ser vulnerable. Navidad es que Dios se hace hombre, se hace ese ser vulnerable. Se hace humano, pobre, oprimido, humilde, sufriente. Aunque lo festejemos como un acto de poder, aunque la fiesta se solapa con la del sol victorioso del Imperio Romano, aunque sea una fiesta corrompida por la sociedad de consumo, la Verdad primera es que Dios se hace hombre, es un acto de debilidad extrema: Dios se deja hacer, se deja ser. Ese dejarse de Dios es lo que celebramos en Navidad. ¡Queda inaugurado este belén, FELIZ NAVIDAD!


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