martes, 18 de agosto de 2015

HIJAS DE LA CARIDAD EN PIEDRAS BLANCAS

APORTACIONES PARA UN DEBATE SOBRE MODELOS ECLESIALES                                
El anunciado traslado de las Hijas de la Caridad y el consiguiente cierre del centro que tenían en la parroquia de Piedras Blancas desde hace casi veintisiete años, ha causado pesar entre sus más cercanas colaboradoras y generado distinto tipo de reacciones en el conjunto de la feligresía de la parroquia. Quisiera aportar mi opinión, centrándola  en el contexto general de la realidad eclesial actual de la que todos somos corresponsables y algunos, además, causantes directos. Mantengo como premisa inicial de mi exposición que la sucesión de cambios en los distintos ámbitos parroquiales, sacerdotes, religiosos y/o religiosas, etc …, son la constatación más palpable del agotamiento de un modelo eclesial que se exterioriza en la pérdida de referencia parroquial entre los creyentes cristianos en los últimos años.
Parece que la razón principal que se arguye para el traslado y cierre del centro vinculado a la parroquia de Piedras Blancas es la escasez de vocaciones dentro de la orden y la necesidad de ubicar a las hermanas en otros centros donde su labor sea más necesaria. Es un hecho contrastable que la orden de religiosas más numerosa de la iglesia católica, las Hijas de la Caridad, han perdido más del 50% de sus hermanas y cerrado más de 1.000 casas en los últimos 40 años. Analizar las causas es algo que a quién le competa ya habrá hecho y seguramente las medidas que ahora se toman son resultado de las conclusiones a las que habrá llegado el mundo vicenciano. Es un  proceso que también debe analizarse en el contexto de una realidad incuestionable como es la pérdida de peso de la Iglesia en la sociedad española. En el habitual discurso tantas veces repetido hay quienes lo achacan al invierno eclesial postconciliar, a la falta de compromiso al que el relativismo empuja al conjunto de la sociedad, sobre todo a los jóvenes, o al laicismo de un Estado empeñado en cambiar la cara de la católica España. Desconozco si el análisis de la orden va también en esa dirección o en otra más inclusiva orientada a su problemática interna. De todas formas, cómo haya sido ese análisis es algo totalmente ajeno al tenor del planteamiento que intento trasmitir en estas líneas.
Como señalé antes, el punto de partida es que asistimos al agotamiento de un modelo eclesial, que precisamente se habilitó para frenar un proceso de deterioro cuando se atribuía al Concilio Vaticano II ser la causa del mismo. Durante siglos nacieron en el seno de la iglesia católica múltiples órdenes religiosas masculinas y femeninas para educar o socorrer a los pobres  apoyadas en el carisma de su fundador. A lo largo del siglo XX han surgido una serie de movimientos que han construido su carisma orientándolo a conseguir unos fines determinados. Promocionando esos nuevos movimientos se apostó por un modelo que garantizaba la asistencia y la existencia de un tipo de macro encuentros de jóvenes, de familias, de beatificaciones, etc …, concebidos en alianza con los sectores más conservadores de la iglesia católica y que la jerarquía comenzó a utilizar para medir y valorar los resultados de su actuación. Viéndose arrinconadas en cierta medida por la eclosión de esos nuevos movimientos, algunas órdenes religiosas que aglutinaban a jóvenes y adultos en distintas fórmulas de voluntariado o acción religiosa, comenzaron a sufrir su propio invierno que no todas desgraciadamente han sido capaces de superar. Ahondar en el particularismo del carisma propio ha sido la respuesta más común para intentar incardinarse en el paisaje eclesial que los nuevos movimientos han ido perfilando con la aquiescencia de la jerarquía. Ese cierto punto de endogamia ha acabado por fagocitar muchas de estas realidades, matándolas de éxito cuando al líder carismático acabó dándosele más predicamento que al carisma del fundador o fundadora. Sin embargo, ahí están esos otros ejemplos, Cocinas Económicas, Centros de Acogida, Comedores Sociales, etc… en los que las distintas órdenes han sabido, han podido o han querido poner su carisma al servicio de la experiencia humana más que al de la fuerza de los rituales religiosos.
Al tiempo que se desarrollaba el proceso con el que paulatinamente ha ido implantandose ese modelo, los templos y su culto se han ido vaciando progresivamente; la población que se declara como católica practicante es cada vez menos numerosa; escasean las vocaciones; los sacramentos se han convertido en actos de presencia social en la institución y el número de matrimonios, bautizos, comuniones, confirmaciones disminuyen también. ¡Hasta el número de personas que marca la famosa X ha descendido! Ese modelo que la fuerza de los hechos está poniendo en cuestión ha traído consigo la pérdida de referencia parroquial entre los creyentes cristianos en general. Particularmente, aquellas parroquias con presencia de esos nuevos movimientos o, en su caso, de algunas órdenes religiosas acabaron por conferir a todo lo parroquial exclusivamente lo particular de cada carisma.
En vísperas del Concilio Vaticano II Karl Rahner decía de la Iglesia de Cristo: “La Iglesia como realidad histórica es necesariamente una realidad territorial” y añadía “la parroquia es la realización primaria de la Iglesia como acontecimiento”. Considero el Cristianismo una oferta de vida válida para la transformación de la sociedad y para compartir con los demás, y a la Iglesia una comunidad de creyentes trasmisores de la Buena Noticia del Evangelio. Y considero la parroquia el espacio idóneo para desarrollar esa tarea. Es el conjunto de creyentes, clérigos y laicos, constituidos como comunidad humana integrada por multiplicidad de factores sociales reales quienes la dotan de operatividad evangelizadora. En esencia, la comunidad local en la que convivir, compartir, comprometerse socialmente y celebrar la Fe como miembros activos de la misma.
Es ese modelo eclesial centrado en la parroquia el que ha sido desatendido y del que se han desentendido quienes deberían haberlo sustentado para mejorarlo y no intentar erradicarlo en aras de nuevos modelos eclesiales, más orientados a la fuerza del ritual religioso que a la experiencia humana. Nuestras comunidades locales han dejado de ser espacios de referencia en la vida social perdiendo así su esencia evangélica. En la Evangelii Gaudium Francisco nos proporciona un excelente análisis de lo que la realidad parroquial debe ser y de lo que se  debe mejorar:
La parroquia no es una estructura caduca; precisamente porque tiene una gran plasticidad, puede tomar formas muy diversas que requieren la docilidad y la creatividad misionera del Pastor y de la comunidad. Aunque ciertamente no es la única institución evangelizadora, si es capaz de reformarse y adaptarse continuamente (…) esto supone que realmente esté en contacto con los hogares y con la vida del pueblo, y no se convierta en una prolija estructura separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos (…). Pero tenemos que reconocer que el llamado a la revisión y renovación de las parroquias todavía no ha dado suficientes frutos en orden a que estén todavía más cerca de la gente, que sean ámbitos de viva comunión y participación, y se orienten completamente a la misión. (28)
Sería osado por mi parte interpretar las palabras del Papa, pero me atrevo a incidir sobre una frase: “… y no se convierta en una prolija estructura separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos”. Más de un obispo debiera sonrojarse leyendo este texto y viendo cómo muchas realidades parroquiales han ido deteriorándose sin que ellos hayan hecho nada  por remediarlo, en algunos casos más bien al contrario.
(Antes de continuar quiero hacer un inciso para tranquilidad de los más puristas. Me referiré a Piedras Blancas como parroquia, pero quede claro que la realidad jurídica y canónica dictamina que la parroquia es San Martín de Laspra. De todas formas, sin ningún tipo de animosidad, entiendo que así contextualizo mejor lo que aquí intento trasmitir).
Desde el reconocimiento a la ímproba labor de las Hijas de la Caridad en el mundo y desde el máximo respeto a las personas y a la institución, creo que el análisis anterior respecto a la deriva que han tenido las realidades parroquiales en los últimos años puede aplicarse en Piedras Blancas. Y de ello todos somos corresponsables, insisto todos, por acción o por omisión. Piedras Blancas era por el año 1988 una realidad parroquial viva, aunque no carente de ciertas incertidumbres ni de los habituales problemas que afectan a una comunidad eclesial activa y dinámica. Era, desde luego, una comunidad parroquial marcada por la impronta de un párroco que respondía a un modelo de Iglesia fruto de su época y que en aquellos años ya presentaba una cierta ambivalencia, fruto de una trayectoria eclesial marcada por los contrates de épocas muy diferentes y cambiantes. Sin embargo, siempre había sabido unir a su dilata trayectoria en la parroquia la necesaria colaboración de los seglares, aunque los considerase en un nivel inferior de responsabilidad respecto al de cualquier religioso o religiosa, para mantener la viveza necesaria en la comunidad.  Creo que es complicado decidir qué parámetro utilizar para medir el grado de dinamismo de una parroquia. ¿El número de sacramentos que se celebran? ¿La asistencia a la misa dominical? ¿La cantidad de niños, jóvenes y/o padres involucrados en la catequesis? ¿La capacidad para atender las necesidades? Pese a esa complejidad asumo el riesgo y aporto a este debate, si lo hubiere, de evaluación de la viveza de la parroquia la valoración del cómo antes que del cuánto o del quién. La misión evangelizadora de una comunidad parroquial cristiana se sitúa en tres dimensiones, catequética, litúrgica y caritativa. Intentemos ser sinceros con nosotros mismos y analicemos desde la perspectiva del cómo las distintas actividades orientadas al desarrollo de esas tres dimensiones que se han desplegado en Piedras Blancas durante los últimos veinticinco años. Creo que de la reflexión sincera y profunda surgirá la respuesta personal para valorar el grado de crecimiento que como parroquia hemos tenido durante estos años. Mi respuesta intenta quedar plasmada en estas líneas.
La Iglesia lleva tiempo necesitando urgentes cambios estructurales que cuanto más se dilatan más enquistan su realidad, porque se añaden situaciones problemáticas surgidas de la velocidad con que la sociedad afronta y asume cambios y la lentitud con que la Iglesia es capaz de interpretar los signos de los tiempos. Se nos convoca a los creyentes cristianos a la llamada Nueva Evangelización, nuevas formas, nuevos métodos, nuevo ardor, como respuesta a los tiempos de transformación institucional de la religión, pero las dudas surgen al visualizar cómo desde ciertos vértices católicos se postulan personas y estructuras predeterminadas para encamar, permítaseme la expresión, convenientemente las respuestas. Particularmente la Iglesia de Asturias lleva años sufriendo un terremoto de nombramientos y cambios eclesiásticos que constatan, como vengo reseñando, el agotamiento de un modelo. Durante los mandatos de los dos últimos sucesores de los apóstoles preconizados a la sede episcopal asturiana no ha habido voluntad de afrontar planes de renovación de la iglesia asturiana. Un sínodo paralizado en su fase más decisiva por el traslado del anterior arzobispo, que el nuevo arzobispo acabó embridando tras años de dudas dándole forma de plan pastoral diocesano, nacido pretendidamente al socaire de los nuevos aires que soplan desde Roma pero que realmente va en la dirección pastoral opuesta. Ese es el bagaje para afrontar una realidad de renovación cada vez más urgente.
Los creyentes debemos asumir que el cambio más profundo que tiene por delante la Iglesia está en los propios creyentes. El primer paso para ese cambio debemos darlo nosotros mismos, eliminando egos y dando pasos al frente para que las comunidades locales sigan siendo, o vuelvan a ser, la sal imprescindible para construir una Iglesia en la que todos sean protagonistas y en la que las diferentes vocaciones sean instrumentos de servicio a una comunidad que camina y decide en común, porque muchos son los miembros pero constituyen un solo cuerpo.


A lo largo de estos años he tenido con las hermanas pertenecientes a las Hijas de la Caridad destinadas en Piedras Blancas una relación en lo personal de mutuo respeto y en lo eclesial y parroquial de profunda discrepancia, desde opciones muy diferenciadas de modelo de Iglesia. No voy achacar a nadie más que a mí mismo y a mis propias circunstancias vitales mi parte de responsabilidad en todo lo que, como ya señalé más arriba, creo que nos avocó en Piedras Blancas al agotamiento de ese modelo eclesial sobre el que hoy reflexiono aquí. Y éste es el punto desde el que deseo partir en este momento, todos somos necesarios y el único imprescindible es Jesús. La realidad actual no es la que era hace veintisiete años, es evidente, y es una realidad que requiere elaborar respuestas creativas sin refugiarse en formas del pasado. Estos son los tiempos que nos han tocado vivir, cuyos signos el Evangelio nos impele a interpretar con una mirada creyente de la realidad con discernimiento y libertad de conciencia. Y para ello no es necesario ni vaciar tiestos, ni volverlos a sembrar con nuevas semillas, más bien creo que es el momento de ser capaces de verter el vino nuevo en odres nuevos.

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