En uno de esos encuentros que
tanto le gustan, sin protocolos, sin corrección política, sin papeles, hablando
directamente al corazón de la gente, durante la última Jornada Mundial de la
Juventud celebrada hace dos años el papa Francisco conminó a los cristianos a
salir a la calle a armar lío, “quiero lío en las diócesis, quiero que la
iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de lo que es estar
encerrados en nosotros mismos”, afirmó.
¿Interpreta a su manera el
arzobispo de Oviedo esas recomendaciones pontificias de hacer lío? Me temo que sí. Actuaciones, decisiones y escritos
públicos de los últimos tiempos reflejan una hermenéutica mejorable, siendo
amables en el calificativo, y cierta sensación de haber perdido capacidad para
interpretar los signos de los tiempos. Reiteración de notas de prensa
anunciando la expulsión de un sacerdote de su condición, con más alarde sobre
la rapidez de la decisión que con tristeza y misericordia por el fondo;
declaraciones públicas a la salida de una celebración religiosa sobre aspectos
del mismo asunto anterior que, en todo caso, deberá sustanciar la investigación
judicial civil; rectificación, sí sr. Arzobispo “rectificación”, sobre el traslado del sacerdote de Miranda, con
envío incluido de nota de petición de rectificación a un medio de comunicación;
y finalmente la guinda del recurso contra el Gobierno del Principado a cuenta
de las horas dedicadas a la enseñanza de la religión en bachillerato. Todo ello
en el contexto de la habitual catarata de cambios y nuevos nombramientos en las
parroquias de la diócesis, ya habitual en esta época y con el añadido, en esta
ocasión, de que se han anunciado públicamente cuando nuestro pastor se hallaba
fuera de la diócesis en esa peregrinación anual a Tierra Santa de raigambre tan
franciscana. Algo habría que reflexionar sobre las ausencias, en según qué
momentos, y las presencias, en según qué lugares y compañías, de quién es la
cabeza visible de la Iglesia asturiana. Pero ese es otro debate que está por
abrir, aunque alguna vez habrá que hacerlo.
Desde hace no poco tiempo se ha
instalado en la conciencia de la sociedad la percepción de una profunda crisis
en la Iglesia católica. Quizá sean los tiempos
recios de santa Teresa o el invierno
eclesial del teólogo Rahner, pero lo cierto es que el marchamo que
Francisco viene marcando desde Roma no acaba de cuajar en la católica España,
ni asomo de que lo vaya hacer en el medio plazo. Lo único cierto es que el
evangelio de Jesús ofrece un proyecto de vida y de sociedad al que los cristianos
no deberíamos renunciar, por más que algunos se empeñen en hacer lío en lugar de tender puentes.
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